Prólogo

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He de decir que no soy bueno contando historias, pero las que cuento, tengo ese mismo final: "Felices para siempre". Donde el príncipe se queda con la princesa y viven por siempre, tal vez no en un palacio, castillo e incluso una pequeña cabaña a las afueras de París, tal vez... Nuestro único hogar está en el corazón.

Eso aprendí, de cada página del destino, donde nosotros somos los causantes de quienes salvamos y rechazamos. Nunca me he hecho escritor, sin embargo, cada letra expresa algo, ya sea bueno o malo, y para mí, la mala suerte es mi acompañante.

Los caballos siguen en el suelo, las aves siguen dando su ritmo habitual, eso se llama vida, todo con un simple propósito, para vivir, gozar, disfrutar, pero algunos no tenemos esa "chispa" que tanto nos hace latir el corazón. En el mundo, o solo París, era posible conocer tu alma gemela.

El suave sonido de la entrada al conocimiento te hacía caerte del escritorio. Había algo llamado "inspiración" y no podría encontrarlo hasta que busque en mis discos alguna canción que me haga sentir en mi zona de confort. ¿Era tan difícil pensar?

Terrible realidad, ya no encuentro algo que me haga decidir quién soy, ni siquiera soy capaz de moverme sin una roca en el camino. Creo, rompo, destruyo, obsequio, quemo, vuelvo a armar, vuelvo a llorar.

«Respira... Gabriel, Respira...»

Me repetía a mí mismo en mis pensamientos. El lápiz ladeaba de un lado a otro tratando de concentrarme. Imaginándome toda clase en posición o género, como iba a ser su tipo de cabello e incluso los ojos de color que caractericen esa obra de arte. Ya que, desde pequeño, fui amante del diseño y el arte, donde podremos expresar nuestro amor hacia un ser vivo. Puedo decir que, a pesar de ser un adulto con criterios a mi deber, en la etapa de niñez fui demasiado curioso que quise pasar de la tinta y el papel, al físico y extravagante aroma de la escultura. Siempre, cuando iba a esculpir algo, debía imaginarme a quienes hago, comenzar por los rasgos faciales para después bajar hacia el torso y la cintura. Todo cuesta paciencia, y es necesario tenerla porque el más mínimo detalle puede arruinarlo, pero nadie es perfecto, eso hace al ser humano.

Era una mañana del noventa y nueve, el cielo se mantenía de un violeta gracias a las altas horas que me desperté. Tomé mi taza de café junto a un trozo de pan para desayunar. Nunca tomaba algo de llenar ya que tenía cinco comidas al día, pero, aun así, sigo manteniendo mi figura de escultor con unos cuantos ejercicios cada cinco meses, y tomar mis descansos para enfocarme en la escultura.

Los bocetos pegados en la oficina fueron desgarrados durante el tiempo, estaba estresado para pensar en uno nuevo. Solo han sido simples sketches cuales nunca terminé, ya sea por flojera o angustia en mi vida. Había algo que nunca sentí absolutamente era algo distinto a lo normal, como una emoción sin ser descubierta aún.

Estaba pesado, las ojeras se hicieron presentes sobre la tempestad y la depresión. Me encontraba de acuerdo con algo, miles de días para encontrar el resultado y todo llegó en el uso de la razón, hasta lo escribí en mi libreta de bocetos y diseños repetidas veces en rojo, amarillo, oscuro... los colores que me encontraba a mi disposición, bufé con el resultado, me sentía... Solitario.

El tic tac del reloj resonaba por mis oídos, debía calmarme, ¿por qué me resultaba tan difícil? No dejaba de morder mi lápiz con fuerza tratando de quitar el estrés encima, solo tenía un horrible boceto sin rostro alguno.

Digo, ¿quién no se molestaría con su subconsciente? ¿Podía ser tan idiota? Soy Gabriel Agreste conocido como un hombre de trabajo que siempre pide llevar buena ropa a su disposición y aspecto sano a simple vista de trabajadores.

—Señor Agreste—una joven mujer, de cabello oscuro como la noche hizo captar mi atención. Diminutas gotas de café mancharon el boceto suspirando desesperado—. Debería estar descansando, son las seis de la mañana como para estar despierto, siento interrumpir sus ideas.

Another ChanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora