Capítulo 3: No habrá más pavo

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Llegamos hasta la casa de los Onetto y tocamos un par de veces la puerta hasta que un ojeroso Christopher nos abrió la puerta.

—Generalmente las visitas vienen de siete a diez de la noche y es de madrugada, recién acabo de acostarme por estar con Mel—susurró adormilado—. ¿Qué quieren?

—Venimos por el pavo—susurró Ferdinand mientras sostenía la puerta para que Chris no se cayera en el césped de su patio—. ¿Podemos pasar?

—Sí, sí, adelante, enseguida les doy su pavo—murmuró, y arrastrando los pies se fue hacia lo que pensé que era la cocina.

—Mel no los deja dormir, ahora veo que todas las niñas son iguales—susurró Ferdinand señalando el cuarto de que provenían los pequeños sollozos de la hija de Pauline.

—Sí, ya me habían contado algo de eso—sonreí y tomé la mano de mi esposo.

Chris salió con el pavo en una charola plateada con un decorado de varias ondas en los laterales.

—Muchas gracias, por cierto, Santa traerá regalos para Mel—le dijo Ferdinand a Chris pero éste sólo gruñó en respuesta—. Que pasen buenas noches—nos salimos y se escuchó el llanto de la niña.

Entramos en el auto y posamos la charola con el pavo en el asiento trasero sujeto con el cinturón de seguridad. Fer condujo a toda prisa para ver a los niños y, en un alto, nos detuvimos abruptamente mientras se escuchaba un golpe hueco en la parte trasera. Con todo el miedo del mundo giré a ver qué había sido pues temía haber chocado con algún otro auto. Para mi nada grata sorpresa el pavo estaba tumbado en el suelo del auto.

—No, no, no—me lamenté mientras me estiraba para poder levantarlo—. El pavo se ha caído y está lleno de polvo, te juro que mis padres no lo probarán y eso que he respetado la regla de los cinco segundos.

—No te preocupes, dejaremos el pavo por aquí y mañana temprano vamos a comprar uno ya hecho, por eso no te preocupes.

Y así lo hicimos, dejamos el pavo cubierto en el asiento trasero del auto mientras nosotros entrabamos como si nada a la casa de mis padres. Probablemente papá sabría que el pavo que probaría mañana no lo prepararía yo, pero en fin, con que hubiera un pavo en la mesa creo que bastaría.

Saqué las llaves de la entrada de la cocina y pasamos por ese lado, pisamos accidentalmente el rollo de papeles que se habían quedado en el suelo y tiramos las tijeras. De inmediato se escucharon pisadas que provenían de las escaleras y, como si fuésemos niños escondiendo la evidencia de alguna travesura, lanzamos como locos los papeles al bote de basura.

— ¿Serene, hija? —preguntó mi madre.

—Sí, somos nosotros ¿cómo están los niños?

—Muertos de sueño, suban a dormir para que mañana comencemos a hacer todo para noche buena—dio un bostezo y subió hacia su recámara. Nosotros nos desviamos hacia un cuarto al lado del de los niños y comenzamos a empacar los regalos que habían faltado.

Bernard había pedido un muñeco de acción y un dinosaurio-triciclo que le había visto a un niño en el parque durante sus vacaciones de verano del Jardín de niños. Mientras que Hilarye se conformó con una nueva muñeca para poder abrazarla y dormirse con ella.

Para Mel teníamos pensado darle una muñeca idéntica a la de Hil, pero debido a las exigencias de la pequeña optamos por una casa de muñecas para las suyas y que disfrutara de más espacio en su habitación amontonándolas dentro de ésta.

Comenzamos a envolver y a poner las etiquetas con los nombres. A mi papá decidí comprarle una pluma fuente de Mont Blanc con incrustaciones de rubíes en la punta; y a mi mamá un abrigo clásico de Valentino a juego con un par nuevo de zapatillas que aduló en la publicación de su última revista.

Se suponía que Ferdinand compraría los regalos para Pau y para Christopher, a pesar de que él aun quedara con una pizca de rencor hacia Chris por el incidente de cuando aun íbamos a la universidad lo toleraba a fin de cuentas, él era mi amigo y por lo tanto él debería aceptarlo.

—Listo, éste fue el último—dijo envolviendo una pequeña caja y dejándola sobre los platos limpios de la repisa—. Ahora a dormir porque mañana tendremos muchas cosas qué hacer—dijo y enseguida se levantó para irse a la habitación con los niños.

Me quedé profundamente dormida en cuanto mi cabeza tocó por fin la almohada y caí en un sueño profundo y extraño como acostumbraba desde que mis hijos no me dejaban dormir por las noches y debía aprovechar en las tardes, cuando mi esposo llegaba y se pasaba horas con ellos.

Amor por accidente: Edición de navidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora