Capítulo 4: Noche buena

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Al despertar estiré el brazo con la esperanza de abrazar a Ferdinand, pero su mitad de cama se encontraba vacía, revisé la silla donde colgaba las camisas y ya no había ninguna, sin dudarlo ni un segundo busqué el móvil y lo llamé; afortunadamente contestó.

— ¿Bueno?

—Hola cariño, me diste un buen susto, ¿qué haces?

—Me levanté temprano para comprar el pavo antes de que cerrara cualquier tienda que pudiese estar abierta a estas horas y para dejar los regalos de los niños en casa tú descansa ahí, en un par de horas regreso, además, necesito hablar con Christopher—dijo esto último en un tono más serio.

— ¿Qué sucede?

—Le diré lo que pasó con el pavo, habíamos acordado que donaría un cuarto de pavo para la cena en su casa—rió y yo lo imité por el recuerdo del pavo botado panza abajo en el piso del auto.

—Muy bien, aquí te espero—colgué y me levanté para ver a mis dos angelitos que seguían durmiendo con una sonrisa en sus rostros.

Bajé una vez cambiada para comenzar con los preparativos para la noche, esta vez mis niños querían romper una piñata tal y como habían visto que se hacía en unas vacaciones que tomamos en México y, obviamente, deberíamos consentirlos. Tuve que buscar en internet cómo se hacían esas cosas para poder fabricar una y no verme en la necesidad de encargarlas por internet como quería mi papá.

Seguí directo a la cocina, donde estaba mi madre armando unos dulceros con bolsitas de papel celofán.

—Serene, por favor saca los dulces de mi cuarto y bájatelos todos, necesito que me ayudes a rellenar estos dulceros para nuestros amigos—siguió apresurada cortando los listones para atarlos, después de todo secuestraría tres aguinaldos extras para los Onetto.

Subí para ir por las bolsas de dulces y bajé corriendo antes de que los niños escucharan el clásico sonido de las bolsas cuando se mueven, ese sonido que parece que los niños se lo graban por instinto. Caminé hacia abajo y le entregué las bolsas con chocolates caros, así como con paletas de las más caras y uno que otro dulce pequeño.

—Les he de dar algo elegante a cada uno.

—Mamá, si yo recibiera uno de esos con esa clase de “regalitos” extras dentro diría que estás alardeando sobre el dinero que poseemos y a mi parecer eso no está bien—dije cruzándome de brazos.

—Ahí vamos de nuevo, ya te dije que me partí el alma con la revista y es justo que disfrute de mi dinero como yo quiero—argumentó poniendo fin a la que hubiese sido una discusión interminable en el peor de los casos.

—Como tu digas—de todas formas yo tomaría tres de esos paquetitos para mis amigos y su hija.

Abrí las bolsas y metí unos dulces en la piñata y otro en los dulceros, mientras pensaba en qué más cosas podría poner dentro de la piñata entró Ferdinand cargado de dos enormes maletas.

Amor por accidente: Edición de navidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora