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La mañana después de morir, me enamoré.

No con el chico de la esquina o con el de la escuela. No con el corredor de todas las tardes o con el vendedor de dulces. Me enamoré de mi madre y la manera en la que se sentó en el suelo de mi habitación sosteniendo cada piedra preciosa de mi colección en sus manos hasta que se oscurecieron por el sudor. Me enamoré de mi padre abajo en el río mientras colocaba mi nota en una botella y se la enviaba a la corriente. De mi hermano, que una vez creyó en unicornios pero que ahora estaba sentado en su escritorio en la escuela tratando desesperadamente de creer que todavía yo existía.

La Mañana Después de MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora