El piloto

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El piloto

El avión descendía con tal brusquedad que podía ser capaz de destrozar lo que se atravesara en su camino. Los pasajeros que tuvieron la desgracia de ser ubicados en él, se les hacía imposible mover aunque sea el dedo meñique de sus manos, no podían ni proferir palabra alguna, aquella tripulación junto a sus viajeros parecía un museo repleto de estatuas antiguas y figuras incapaces de defenderse por sí mismas, al menos, no mientras sus manos siguieran atadas a los asientos.

La aeronave continuaba balanceándose por los aires sin dirección concreta, hacia la derecha o la izquierda, hacia arriba o quizás abajo; el avión se encontraba bajo un infinito y desconcertante vaivén de giros estrepitosos.

En medio de tanta incertidumbre donde todavía no había algo escrito y cuyo destino era incierto, sólo una persona era capaz de hacer que ese caos terminara:

Vicente, el piloto.

A pesar del desastre que podía ocurrir en cualquier momento por su mal desempeño como encargado de aquel avión, sonreía inútilmente mostrando su dentadura desaparecida. Amaba ver cómo los demás dependían de él para volver a su destino de la misma forma en la que habían ingresado: Completos.

Era inexplicable la sensación que le embargaba cada vez que sus dedos presionaban los botones del control de dicha nave, no dudaba ni en lo más mínimo en llevarlo hasta sitios inseguros donde incluso para su vista no era favorable.

Vicente nunca había creído en la magia ni en actos milagrosos de algún tipo, sin embargo, aquello le hacía pensar que tenía poder y con un solo movimiento de manos podía desafiar a la naturaleza misma. Al ver lo que sus propios dedos eran capaces de realizar, su vista se tornó nublosa a causa de la emoción que lo envolvía y no titubeó en apretar incluso botones de los cuales no conocía la respectiva funcionalidad. Su objetivo era experimentar cuanto estuviera a su alcance sin importar que eso diera como resultado una pérdida irreparable.

Tenía el control absoluto sobre el destino de los viajeros, sobre la belleza de la nave, así como también del acto final que había planificado desde que se enteró que tendría la oportunidad de ser piloto por un día.

Después de media hora y cansado de presionar hasta dos botones simultáneamente, pensó que ya era tiempo de regresar a todos al lugar que pertenecían. Aquel poderío se había vuelto aburrido y repetitivo; la felicidad poco a poco se había ido desvaneciendo y en los primeros quince minutos dejó de ser alegría para dar lugar a algo monótono y sin sentido.

Ya no sonreía, en cambio, su ceño estaba fruncido; quiso disfrutar todo al mismo tiempo y no le resultó favorable.

Trató de volver las cosas a la normalidad y aterrizar el avión de una buena vez pues ya el cansancio comenzaba a apoderarse de sus manos y de su cuerpo entero, sin embargo, los botones del control dejaron de funcionar debido a sus propias maniobras inexpertas y a sus continuas presiones innecesarias sobre el mismo; ninguna palanca cumplía con la tarea para la que fue creada, se volvieron inservibles y disfuncionales.

Fue en ese preciso momento que Vicente se dio cuenta que ahora sí, estaba en problemas.

Lo que quizás había comenzado como un juego, estaba a punto de terminar en un desastre.

Ya no dependía de él, no dependía de ningún botón, tampoco de los pasajeros que no sabían lo que verdaderamente estaba aconteciendo; sólo un milagro podía evitar que ese avión se estrellara contra el suelo.

Comprendió que por más que él quisiera elevar de nuevo la aeronave, no lo lograría si los controles no respondían a sus órdenes. Sabía bien que su error fue pensar que podía hacer lo que quería con la nave y los que estaban dentro cuando en realidad él sólo era quien presionaba los botones que la mantenían volando.

Cada segundo que transcurría no hacía más que aumentar la velocidad de descenso y era poco lo que faltaba para que se convirtiera en una colección de pedazos.

A pesar de lo que sucedía no daba las cosas por perdido. Subía y bajaba con rapidez las palancas negras las cuales se negaban a su toque, sus dedos no desistían y presionaban hasta el botón más diminuto del que ahora parecía un pequeño control. El sudor empezó a hacer acto de presencia en su pálido rostro, cerraba constantemente los ojos pues las lágrimas a punto de brotar le impedían ver de manera clara lo que tenía enfrente, sus manos comenzaron a temblar y no pasó mucho tiempo para que terminara de descontrolarse por completo.

Las llamadas de ayuda no podían ser escuchadas por alguien más pues él mismo había dirigido el avión a un lugar alejado de su ubicación principal. Habló, gritó, suplicó con desesperación que alguien respondiera, en cambio, nadie podía escucharlo, ninguno contestaba sus ruegos y no eran más que segundos los que restaban para que lo que temía ocurriera.

Su garganta se encontraba seca y su cara lucía empapada entre una combinación de llanto y traspiración.

Ahogado en sollozos y con voz quebrantada Vicente exclamó:

Lo lamento soldados.

Me disculpo mi coronel.

Usted no merece lo que sucederá, doctor.

Siento haber arruinado la oportunidad de ser un piloto como tú, papá.

Dicho esto, agachó su cabeza y cubrió con su mano izquierda su vista pues era predecible lo que pasaría. Las alas del avión chocaron en ambos lados y al instante fueron desprendidas provocando que comenzara a girar sin control.

Segundos después lo que temía aconteció, el avión había estallado y ahora sólo se veían trozos de material inservible.

Los pedazos salieron volando como consecuencia del impacto producido por el choque, se podía apreciar a algunos pasajeros cuyas ataduras fueron soltadas debido a la velocidad y al golpe que recibieron, sus restos reposaban a los costados de lo que antes podía ser considerado un avión.

Al escuchar el sonido que no pudo evitar, Vicente abrió los ojos, depositó en el suelo el control que sostenía en su mano y corrió sin cesar hasta llegar al lugar donde su padre tomaba café y le expresó:

Ves papá, te dije que ese avión no era tan bueno como los tuyos y así nunca podré ser un gran piloto. Necesito otro, ah y nuevos juguetes.

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