Distintas Historias, diferentes vidas

El viajero

El viajero

Un viajero llamado Abir, junto a su hijo de nueve años que marchaba a su lado izquierdo y el camello que en muchas ocasiones le servía como medio de transporte iba a su lado derecho; caminaban los tres por una de las calles más comerciales de la India.

A medida avanzaban, Abir veía todos los productos que ofrecían los diferentes vendedores de la zona, sin embargo, no prestaba atención a ninguno de los objetos que mostraban, en lugar de ello, lo único que deseaba era encontrar un lugar en el cual pudiera descansar sus pies y que su pequeño también reposara un poco, pues llevaban varias horas de camino sin dormir ni un instante.

Así como había vendedores, el viajero pudo notar que los compradores gobernaban gran parte de la actividad comercial. Observaba con alegría el rostro de su niño quien se deleitaba viendo las piezas artesanales hechas a mano y que él mismo le había explicado que cada figura representaba una historia diferente del lugar; percibió el brillo en los ojos de su chiquillo cuando veía las túnicas coloridas y bien adornadas que eran comunes entre los comerciantes de aquella plaza.

Procuraba Abir ignorar el bullicio de la multitud y concentrarse en la alegría que mantenía su hijo al conocer una cultura diferente a la suya, en cambio, no pudo evitar prestar atención a uno de los compradores que insistía y le gritaba de manera constante:

—Compramos lo que quieras vender, tu camello se mira fuerte, tráelo» solicitaba una y otra vez aquel negociante.

—Ven, entra y hagamos negocios —insistía.

—Tu vida puede cambiar a partir de hoy, vende lo que tengas. Vender siempre genera ganancias, no pérdidas.

Aquellas últimas palabras hicieron que el viajero no resistiera más e ingresó él junto a sus acompañantes a la tienda donde se encontraba aquel peculiar comprador.

Quince minutos después, Abir salió del lugar.

En efecto, el negocio se realizó. De los tres que ingresaron solamente salieron dos, los cuales prosiguieron su camino sin mirar atrás y no pasó mucho tiempo para que el viajero junto a su fornido camello se perdieran entre la multitud.