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Al amanecer, cuando el madrugador pastor levante su cayado hacia el cielo se quedará extrañado. El cayado - parecido al del joven que mis ojos vieron por primera vez ayer por la tarde -, como cualquier otro día partirá el horizonte para orientar su mirada en dirección a los pastos, ya que en verano Helios agrieta los lechos de los ríos y el aire caliente hace rodar matojos secos por los surcos. Pero el cielo mañana, a diferencia de otros días no le mandará ninguna señal, ni con un halcón, ni con un cuervo, ni siquiera con el burlón graznido de una hurraca a sus espaldas.

El cielo se vaciará debido a su saturación, ya que cuando algo se satura acaba desbordándose en el caos, para después volver a lo predeterminado. Como por la petaca agujereada de Layo, se escurrió el agrio vino de sus días, permitiendo reiniciar su destino.

Definitivamente Layo no era un buen hombre. Nada que ver con el joven que los guardias se llevaron delante de mí con las piernas hinchadas y los labios tan agrietados como sus talones, el que me miró como Layo nunca hubiera podido mirar a nadie. Porque a Layo nunca le han arrebatado nada. Y si nunca has perdido nada, ¡¿cómo alcanzas la sabiduría?!

Mañana el cielo estará vacio para el pastor, porque estará lleno de todos los pájaros. Y todos dirán lo mismo.

- No vamos a poder cantar con la cristalina voz de la Esfinge de Beotia. Pastor, tú que casi seguro eres poeta, y ya que ésta es tierra de poetas, saca tu flauta y permite que el corazón te lleve, igual que empezó a bailar el mío cuando aquel joven dijo, ¡yo soy nadie! Porque el que hable de esta manera estará a un paso de desvelar mi enigma, ¿quién es el mismo en dos, en tres y en cuatro pies?

Ya había anochecido, cuando lograba llegar a la inaccesible - salvo para los pájaros- roca, donde le habían dejado (puesto en custodia) los guardias.

Mi esclava tracia me había trenzado en el pelo mitra y lavanda – y las manos de las tracias son hábiles - y además había untado mi piel con aceite de oliva y de la flor del amor, hasta tal punto que relucía como una anguila. -¿Y su dilema, señora? - me preguntó al verme apresurada... La detuve con la mano - No la necesito. Esta noche Selene será mucho mejor diadema. Puedes irte.

El cansancio había envuelto el joven como un manto. Con ojos cerrados, probablemente paseaba por los prados de amapolas de sus sueños, no obstante, cuando me acerque, la mano con la que aún apretaba un pedazo de pan seco tembló. Sus ojos se entreabrieron y me reconoció.... Así como pronto reconocerá a la prometida mujer de sangre real que se convertirá en su esposa, y de la que todavía no sospecha nada.

Ahora sus ojos se centran en mi pelo alborotado e impregnado de su propio aroma - a mi juicio, es mejor que la mitra y la lavanda-, me espera para fundirnos en un nuevo abrazo. Porque él ni siquiera sospecha que mi mano se desprendió de debajo de su cuerpo- y no para volver de nuevo-, que toqué esos labios por última vez, que me estoy acercando al precipicio y no es para respirar la brisa matutina.

Una de mis manos se extiende a la izquierda, la otra a la derecha...Agradezco a Hera que así esté predestinado... Si me girase vería su cara, quemada por el sol. La barba negra que no cubre los pómulos, si no que los realza, los ojos, más cálidos que el ámbar. Pero no, ahora bailaré para alzar el vuelo, como esos gráciles pájaros que se lanzan al vacio antes de morir. No temas, forastero mío... A ti te está espera la ciudad de las siete puertas.

Mi fiel tracia lavará el cuerpo, arreglará los cabellos con el peine de plata, los trenzará del modo más delicado para colocar encima la diadema, lo vestirá con el quitón blanco, cuyos hilos están entrelazados justo dos veces y pondrá dos monedas de oro sobre los párpados cerrados...

Los guardias el cuerpo a la ya preparada pira, lejos de los ojos de los tebenses, Esos que de cara al corazón de la ciudad te estarán recibiendo a ti, forastero mío. Los tocones de roble empezarán a crujir, olerá a resina, musgo y carne entregada al fuego. Porque verán, la sacerdotisa ya cumplió con su misión, el enigma fue resuelto y ella se marcha siendo conocida, tras haber compartido las profundidades de la noche. Porque el futuro monarca, que en cualquier momento susurrará "regresa", no es Layo, que con sus más fieles soldados del Regimiento Sagrado entró en el templo de Hera.

Cuando sus sandalias estaban subiendo las escaleras de mármol, acabábamos de encender las antorchas, porque el día llegaba a su final, y las doncellas que pronto se serían esposas y las esposas que esperaban hijos, entregaban en ofrenda, las primeras manzanas maduras. Mis guardias confiados dejaron pasar al gobernador de la ciudad. Como si de intentarlo, hubieran podido pararlo... a él, el hombre revestido de poder pero no de dignidad. En vez mostrar sus respetos, dar las gracias y rezar por su matrimonio que era el tambaleante fundamento del orden en nuestra ciudad, Layo hizo caer las bandejas y la fruta rodó por el suelo. Levanté la mano y doncellas y mujeres se fueron. Algo estaba por pasar. Me daba perfecta cuenta de la mirada burlona del gobernador y su séquito. En cuanto los quitones blancos salieron del templo, los hombres cerraron las puertas y apagaron las antorchas. Oí el canto del metal de las espadas y cuchillos. Mis guardias trataban en vano de parar lo que se estaba avecinando.

Layo me arrastró del cabello hacia el suelo y entre las frutas desparramadas frente al altar de Hera y realizó el acto más indecente. Se hundieron en el abismo los ruidos del metal contra el hueso u otro metal y se hundieron a saber dónde, las voces de los que querían entrar y estaban fuera del templo. Todo se hundía en el grito por la destrucción del templo de mi virginidad. Embriagado por burlona marcha conquistadora que realizaba en mi oído y siempre entre risas, Layo siseó el secreto que ningún rey de Tebas debía desvelar a nadie que no sea su heredero:

– La familia ya no importa, ni la madre, ni la hija, ni el hijo - solo el hombre...

Una cólera terrible anidó en mi vientre, no podía respirar, no podía hablar... Layo sintió como de repente mi cuerpo se volvía de piedra, mientras el suyo se hizo débil y blando; aflojó el nudo de su agarre y salió... El deber lo reclamaba... Más tarde, observé como el forastero se lo cruzaba por el camino, pasada la explanada, y le reventaba, como si fuera un ánfora de vino podrido, su orgullosa cabeza.

- Bien- me dije a mi misma. A pesar de que se diga por ahí que Layo era mi padre...

Me aparté el pelo hacia atrás. Fuera, delante de todos, bañada por la luz roja del atardecer levante mi quitón ensangrentado y me plante ahí, desnuda cual estatua de piedra y grité:

– Una vez más soy otra y otra nueva tarea me es designada por Hera. Debido a que esta polis esta maldita y yo soy el testigo, el enigma, la víctima y la muerte...

Una de mis manos se extiende a la izquierda, la otra a la derecha. El frescor de la mañana envuelve el cuerpo, no hay nada que temer, forastero mío... Mira cómo vuela la Esfinge. Nadie había visto su vuelo hasta ahora...Es para ti, el hombre, mi último regalo... 

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⏰ Última actualización: Nov 12, 2016 ⏰

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El vuelo de la EsfingeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora