CAPÍTULO 1

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La última vez que la vi, fue aquel día de diciembre, en el que terminamos. Eran las 10:17 a.m. Y yo había ido para hablar con ella. Pero al momento de llegar a esa tienda de electrodomésticos, ella ya estaba esperando.

―Ya estás aquí ―dijo sin darme oportunidad de hablar primero.

Sus risos eran muy hermosos ese día, a pesar de que se notara que no se había empeñado mucho en arreglarse, brillaba como siempre. Yo en cambio, quizá tampoco me hubiera empeñado en mi imagen, pero no me veía bien como ella. Estaba bastante cansado, harto, destruido. Todo debido al sobreesfuerzo de los últimos días, a las malas noches, y a pensar demasiado.

―Tengo que aclarar esto de una vez.

―¿Qué cosa? ―pregunté, esperando ya lo que me temía desde el inicio.

Ella guardó silencio un momento y con sus ojos acaramelados me miró sin remordimiento alguno, tal vez con un poco de tristeza, pero segura de las decisiones que estaba tomando.

―Debemos terminar. Ya no confío en ti.

Al terminar esas palabras el recuerdo se esfumó, y ahora estaba parado en otro mundo, justo en frente de mi guitarra eléctrica, con una lata de cerveza oscura en mi mano derecha. Tomás, Daniel, y Erika esperaban a que decidiera qué canción tocaríamos en la presentación del viernes. «¿Qué estaba haciendo?» Me pregunté, y por más que traté de concentrarme mi mente seguía fragmentada y divagando en algún otro lugar.

―Oye Carlos. ¿Ya vas a decir algo? Hasta la cerveza se te puso al tiempo ―dijo Erika.

―Les digo mañana. Hoy ando distraído.

Crucé la puerta y salí de la casa de Tomás. Ninguno me siguió. Tal vez porque ya estaban algo acostumbrados a mi comportamiento un poco, quisquilloso, y a veces hasta errático. La verdad es que tampoco sabía cómo era que me aguantaban como amigo.

«Mi guitarra» la recordé sentada ahí mirándome antes de que me fuera. Lamenté haberla olvidado, pero de igual forma no pensaba retornar.

Me desconecté del presente nuevamente, y me vi a mí mismo en el reflejo del espejo de un baño público. Me ignoré tan rápido como pude y sentí un punzón en uno de mis pulmones. Dolió de forma extraña. Regresando al bar todo era oscuro, con música distorsionada, luces y colores borrosos. Estaba bastante ebrio y desubicado. Habían pasado ya algunos años, ni muchos ni pocos, desde que estaba soltero y me había comprometido al cien por ciento con la banda. Una de las tradiciones era emborracharnos la misma noche que teníamos un "toquín" decente. A pesar de que a veces no quería, siempre tenía que cumplir. Después de todo, yo había sido el de la idea.

―¡Hey, ven a seguirle! ―me dijo desde la mesa una voz poco distinguible.

Mientras me acercaba a mi lugar algunas personas pasaban a lado de mí. ¿Meseros? ¿Clientes? ¿Mis amigos? Yo solo trataba de seguir adelante. Pero por mi caminar poco recto, me terminé tropezando con una de las mesas. Tirando la bebida de una chava con cara borrosa. Enojada me echó la cerveza de su compañero en la cabeza. Me resbalé y tropecé todavía más. Tratando de erguirme toqué su falda. Haciendo enojar a su acompañante quien me respondió con una patada y un insulto el cual no recuerdo.

«¿Tanto bebí?» Me preguntaba a la vez que era el protagonista de una escena bastante vergonzosa.

De repente estaba otra vez caminando por la banqueta, en el presente. Dudando de mi salud y un poco impresionado por mis recuerdos inoportunos.

Llegué pronto a mi casa. Estaba vacía y sucia como siempre. Al pasar por la puerta aplasté una bolsa de galletas de la semana pasada. La recogí y la puse en el boté de basura que ya estaba lleno. Así que amarré la bolsa y la saqué.

La mente de CarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora