-¡Buenos días, Baksguf!-

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Capítulo 1


Unas botillas lodosas irrumpieron la humedad del maravilloso viernes en las calles hechas de guijarro. El dueño de esas botillas llevaba una gran sonrisa, una gigante. Esa misma sonrisa, estaba acompañada de unos dientes amarillos y pensamientos acogedores, más acogedores que su casa.

Oh, ¡hablando de casas! Todas se acumulaban unas con otras, como si alguien las hubiera pegado con el engrudo más resistente del mundo. Baksguf estaba repleto de hermosas casas pálidas, algunas de ladrillo, otras de estuco, pero todas iguales, justo como los que las habitaban.

Las pocas ventanas que cada una tenía estaban empañadas y otras, rotas. La neblina las palpaba a todas.

Casas pálidas, caras pálidas.

Cada una de ellas, desde la del señor Hummeng al bebé de Fransta Dans, todas esas caras eran blancas y pálidas. Y sus casas las rodeaba el aire frío pero agradable. Del que uno se acostumbraba.

Baksguf estaba habituado en una tierra férrea, donde las paredes eran grises como el cielo y el frío se te entraba en las narices con sólo haber inhalado una vez.

Bagsderr, Mofs —le dijo una señorita de unos veintiún años con belleza juvenil, intercambiaron miradas rápidas y risueñas.

Bagsderr, bel Straide —El niño le devolvió la sonrisa y el saludo, casi cayéndose por no haberla visto segundos antes. Eso la hizo reír, como casi siempre, ella reía con una sonoridad melodiosa. Y sus dientes, a diferencia del chico, eran blancos como la nieve que tocaba tierra durante la Hiverdia. No por nada le decían bella (bel).

A la señorita Straide le parecía adorable ver a Mofs caminar tan temprano por la calle Plaier, ya que ella sabía dónde él se dirigía cada viernes. Siempre estaba a tiempo, nunca se dormía tarde y siempre saludaba educadamente a las personas; eso le bastaba a Moffo Brunstaken para ser un buen niño escandaliano. Las pecas eran un bonus.

Aun así, el frío no sólo era el clima más usual en Baksguf, sino también era un estado de ánimo (como también el más usual). Antes, el único «Buenos días» que oía era el de la señorita Straide, pero hoy cada viernes oía esas palabras dos veces, de dos personas encantadoras.

Después de traspasar unas casitas heladas, cruzó a la izquierda y se topó con una gran tarima de madera clara, acompañada de una silla más oscura en el centro y un telón rojo sangre con un fondo desconocido. Había unos chiquillos alrededor, pero nadie hablaba, ya que el relator de historias se estaba preparando.

En Escandalia, contar cuentos era de los trabajos más hermosos que uno podía tener, muchas veces era considerado el más preciado de todos.

En medio de toda esa infinita frialdad, de todos esos balazos que se escuchaban cerca de las paredes, había imaginación; y de la imaginación a la esperanza sólo había una esquina.

El niño observó cada cabecita, tratando de reconocer alguna por algún lado. Vio una grande cabeza rubia, como un campo repleto de trigo, el niño se acercó abruptamente y le tocó el hombro a su amigo.

—¡Pequeño buks! —jugueteó Lurden, como de costumbre.

—¿Cómo pasas, bolsita de farde? —le devolvió el insulto el niño de ojos color océano, con risitas bajas. Los escandalianos se les enseñaba desde pequeños a decir «¿Cómo pasas?», porque creían que decir «¿Cómo estás?» era una mofa.

Claro, que la educación sólo llegaba hasta ahí, pues casi todos los niños escandalianos se decían bolsitas de excremento entre sí.

De pronto, un señor medio rechoncho y una caja grande en sus manos inundaron la calle con un carisma maravilloso que hizo sonreír a cada niño en el lugar.

—¡Buenos días, Baksguf! —dijo, como si estuviera en un concierto. Los niños le respondieron el saludo con un pintoresco «Gudden, rast Diaux». El hombre sonrió aún más— ¡Qué bueno verlos otra vez! Me hace feliz ver que haya niños que les guste las historias. Más si es una... —dedicó una mirada pícara a una niña de la esquina— ¡de terrorrrr! —La niña soltó un pequeño gritito, sus amigas la acompañaron. Las risas llenaron todo el pueblo.

Por un momento, el señor Diaux vio al niño de ojos color océano. Lo reconoció. , se dijo, ese es el niño que siempre está atento a mis historias.

Elrelato ya había comenzado.

Cuando el océano lloraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora