La luna en el estrellado manto nocturno brillaba cómo un botón de plata a contra luz, iluminando todo a su alrededor. Aarón respiraba lenta y pesadamente, noches clásicas cómo estas, luna llena y seres del más allá, cómo él, saldrán para satisfacerse y engañar; Aarón, cómo el buen negociante que era, hacía ambas.
Por supuesto que Aarón nunca creyó en esa basura de "El cliente siempre tiene la razón, incluso cuando no". No, ellos están equivocados, la humanidad está equivocada, el mundo estaba mal, lo inocente corrupto, el gran bien tiene que ser alcanzado con actos de maldad. El mundo estaba podrido, su putrefacto olor llegaba en forma de humo grisáceo a sus pulmones a través de un pequeño cilindro de papel. Quizás él estaba sobreactuando, quizás la humanidad aún tenía oportunidad.
Aarón podría destruir a la humanidad...
Pero él creía en Susana aún.
Quizás estaba siendo cínico. O eso pensaba mientras regresaba a casa con los guantes sucios y viscosos; la luna llena, el frío invernal, poéticamente tristes verdades, cigarrillos y vino significaban una larga noche para un nigromante como Aarón, no es cómo si no lo hubiera sabido en primer lugar. Pero si hay algo que aprendes al ser un nigromante es que es muy difícil ver lo que sientes en una situación, es por algo que Aarón siempre intento ser más expresivo de lo que en realidad era. Pero siempre había algo en lo que fallaba, algo que se ocultaba hasta para sí mismo.
Ahí es cuando Susana se presentaba, sus pelos alborotados y su arrugada camiseta amarilla de tres talles más grande. Sus ojos somnolientos y su pantomima arruinada con emociones las cuales le era imposible de identificar detrás de la espesa nube de humo saliendo de su boca. Aarón sonrió mientras daba un suspiro que pintaba el aire de gris.
− Un poco tarde para que niñas cómo tú estén despiertas, ¿No lo crees?
− No. – Contestó Susana inmediatamente mientras Aarón levantaba una ceja. – Pero es muy tarde para que estés drogándote.
Aarón se paralizó, sintió su corazón detenerse y el humo quedarse atascado en su garganta. Empezó a toser en un inmediato intento de vomitar la sorpresa que eso (lo que sea que eso era) le había dado.
Susana frunció el ceño y ocultó su rostro detrás de sus manos mientras que Aarón miraba extrañado y muy, pero muy, sorprendido a la niña. Pues, eso no se lo esperaba, siendo un nigromante que literalmente ve todo lo que puede suceder, ser sorprendido era imposible...
− Susana.
La voz de Aarón daba miedo, al menos para Susana que no había tenido la más simple de las infancias.
− ¿Quién te enseñó esa palabra?
Aarón esperó por una respuesta, esperó, esperó y esperó, pero su única respuesta fueron los sollozos provenientes detrás de las pequeñas manos y las lágrimas cayendo al suelo. Aarón dio un suspiro y tiró el cigarrillo al suelo de la habitación, se aseguró de que no queme nada mientras caminaba para luego arrodillarse en frente de Susana, tomarla por los hombros y esperar a que los sollozos se detuvieran. Tenían que detenerse en algún momento, Aarón era un hombre muy paciente; tenía, literalmente, todo el tiempo del mundo.
Pero aun así, Aarón con sus siglos de experiencia en la espera, pudo jurar que ver llorar a Susana se sintió cómo una infinidad de eternidades.
− Susana.
Habló Aarón suavemente cuando Susana paró de llorar. Tenía una pregunta sin responder y...
Susana era una niña.
Susana es una niña.
Aarón no era tan cruel.
− ¿Quieres ver televisión conmigo?
Aarón ofreció, una ofrenda de paz. Media sonrisa. Duda. Manos temblorosas descendiendo hasta posarse, normalmente, a los lados de su cuerpo.
− Con una condición...
Aarón no era tan dependiente de la nicotina, pero cómo toda adicción tomaría tiempo.
− No más humo.
Asintió. Estaba seguro de que si podía hacer de Susana una niña feliz, podía dejar los cigarrillos.
− ¿Promesa?
Aarón nunca había cumplido ni una sola promesa. Pero siempre hay una primera vez para todo, ¿No?
− Lo prometo. – Asintió. – Vamos.
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Dandelions
Short StorySusana no era una niña complicada, al contrario, ella era una niña muy simple y, cómo todo niño, a ella le bastaban y embriagaban los simples placeres de la vida, amaba los abrazos, las tardes soleadas en los parques y la televisión. Su madre habí...