Un cavernícola, una brujita y un café.

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Sara:

Observo a mi hermana mientras revisa su teléfono, no puedo creer que creciera tan rápido, es decir, ¿Cómo tiene dieciocho años? Hace nada era la misma mocosa de siempre y hoy parece toda una mujer que pronto comenzara la universidad. La extrañare tanto cuando no esté cerca.

-Haz crecido tan rápido, Gatita. -Me siento a su lada, rodeando sus hombros con mi brazo. -Te quiero un mundo, pequeña mocosa.

-¡Sara! Te he dicho millones de veces que no me gusta que me llames así y aunque desde hace mucho tiempo que no soy pequeña, hoy cumplo dieciocho. -se sacudió mi brazo.

-Para tener dieciocho eres una llorona. Podrás tener cuarenta y seguirás siendo la menor, es decir, la mocosa.

-A ver Sophia, no empieces. -dijo poniendo sus ojos en blanco.

-Respeta a tus mayores, Agatha. -Tire de su cola de caballo.

-¡Ay, Sara! Eso duele y mira quien habla de ser llorona y con veintidós. -Si había algo que me gustaba era atormentar a Agatha de vez en cuando, ¿no dicen que eso es signo de cariño? Y sin duda a ella también le gustaba devolverme las bromas. En un abrir y cerrar de ojos comenzamos una guerra de cosquillas.

-Me estas arrugando la ropa, tonta. -me empujo lejos justo cuando llegaba Lulú a la sala.

-Niñas, niñas. ¿Cuándo crecerán? -Lulú era la madre que nunca tuvimos, aunque su apariencia se asemejara más al de una dulce abuela, sentándose en el medio de ambas y tiro de un mechón de cabello de cada una suavemente.

-¿Por qué están empeñadas en lastimarme el día de hoy? Se supone que se consiente a la persona que cumple años, no al revés.

-Ay si, como nunca te consentimos, de igual forma debo salir por un rato a la oficina.

-¡Pero es mi cumpleaños!

-Ve tranquila, -se adelantó Lulú sobre las quejas de Agatha. - te esperamos para el pastel.

-Nunca me perdería uno de tus pasteles por nada del mundo. -me acerque a mi hermana, quien me lanzaba dagas con su mirada. -Lo siento, pero volveré temprano. Además eres a quien más quiero en este mundo, no lo olvides y sin duda no te defraudaría.

Salí de casa y me encamine a mi trabajo, debería ser un viaje rápido ya que solo debía buscar unas cosas, enviar unos cuantos correos y estaría libre por el resto del día. Ese era el plan, ¿no? Sin embargo no todo sale como lo planeamos, por ejemplo no pude mantener mi camisa blanca sin ninguna mancha por el resto del día.

-¡Oh por Dios! -En un abrir y cerrar de ojos me vi bañada en una mezcla de café y crema. Justo esta blusa la acababa de comprar hace un par de semanas.

-¡Demonios! ¿Por qué no te fijas por dónde vas? -Una voz ronca me saca de mi pobre lamente, una voz perteneciente a un hombre alto -bastante alto a decir verdad- de cabello oscuro y con una mueca en sus labios, que si no me equivoco era de... ¿asco? - Deberías tener más cuidado brujita, podrías ocasionar un accidente más grave la próxima vez.

-¿Disculpa? A ver guapo, quizás esas gafas de sol no te dejen ver correctamente, pero esto -señale entre los dos- no fue mi culpa y sin duda, no tenemos ni un ápice de confianza para que me llames "brujita". -exclame haciendo comillas en el aire.

-Si en esas estamos, ni para que tú me llames guapo. Brujita -recalco la última palabra.

-Pero por el amor a Dios, ¿acaso este puede ser más imbécil? -Si para algo sirvieron esas clases de español, fue para este momento.

Un cavernícola enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora