Suite para dos.

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Dylan:

Me estoy empezando a preocupar cuando no veo a Sara la mañana del sábado. ¿No acepto mis disculpas? Camino de un lado al otro en la pequeña sala de mi tía sopesando todos los escenarios posibles. Cuando estoy a punto de llamarla por cuarta vez aparece caminando por el pasillo:

—¿Estas lista, Sara?

—Buenos días para ti también, cavernícola. —saluda. —¿Acaso luzco lista para irnos? —La miro, tiene unas mallas negras y un suéter varias tallas más grandes que ella. Para mi luce bastante aceptable.—No, Dylan. No lo estoy.

—Debemos salir de aquí en veinte minutos, el hotel queda bastante lejos y no podemos perder la reserva. ¿Te importaría apurarte? —inquiero.

—Déjame cambiarme y nos vamos, pero si te advierto —se detiene frente a mí con sus cejas fruncidas. — no me presiones.

—No te estoy presionando, Sara. Y antes de que digas algo —detengo su comentario cuando veo que tiene intención de hablar. — no es un acto de niño consentido, es porque si no llegamos a tiempo no será posible tener otra reserva. ¿Bien?

Después de unos segundos asiente.

—Bien. Ya regreso. Pero más te vale pasar por una cafetería por lo menos. Es lo menos que puedes hacer luego de privarme de mi cafeína. —su voz se aleja con ella hacia la habitación.

Sacudo mi cabeza en negación y muy a mi pesar una sonrisa curva mis labios. El sonido de alguien aclarando su garganta me hace girar hasta encontrarme con mi tía quien me mira estudiándome. De pronto he vuelto a tener diez años.

—¿Por fin están poniendo sus discusiones infantiles de lado y se están llevando bien? —pregunta.

—Creo que llevarnos bien puede ser un caso perdido, tía.

—No contaría con eso, —Tiene la misma sonrisa que pone cuando sabe algo que otros nos, negando con la cabeza me da unas palmadas en la espalda. — confía en mí.

—No lo sé, eres bastante peligrosa, tía. —bromeo. —Confiar en ti puede meterme en problemas.

—Siempre son de la buena clase de problemas.

Sonrió. Tiene razón las veces que me he metido en problemas con algo que tenga que ver con ella siempre terminan siendo de las mejores cosas.

—¿Ya tienen sus cosas en el auto? —pregunta después de un momento.

—Si, por lo menos dejo su maleta en la puerta y pude guardar las cosas rápidamente. —mirando el reloj en mi muñeca suelto un lamento. —Pero no importara si ella no se apura, ¿n dijo que solo se cambiaba? Ni siquiera se debía cambiar, estaba bien.

—Deja de quejarte, cavernícola. —pasa a mi lado en dirección de la puerta. —No es muy maduro de tu parte quejarte cada cinco minutos. No iba a aparecerme en el hotel luciendo como un desastre.

—Sí, si, como sea. —dejo que mis ojos se posen en sus piernas desnudas. Lleva un pantalón corto y un suéter. Realmente prefería el atuendo anterior, ahora no voy a poder evitar mirar sus lindas piernas morenas durante el viaje.

—Vamos, Dylan. ¿No estabas muy apurado? —Reclama. Con un bufido me despido de mi tía y de Agatha que salía de su habitación, sostengo la puerta mientras veo a Sara hacer lo mismo.

No puedo evitar notar el abrazo que se da con su hermana, comparten unas palabras en voz baja, apenas un murmullo para que nadie más las oiga, después de despedirse nuevamente salimos de la casa.

Nos montamos en el auto e iniciamos el recorrido en silencio, está viendo a través de la ventana y por primera vez noto una sombra debajo de sus ojos, luce cansada por lo que no la interrumpo cuando la veo cerrar los ojos. Dejando que descanse me concentro en el camino haciendo una nota mental para detenernos en alguna cafetería.

Un cavernícola enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora