Rutinas Habituales

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Un paraíso donde nadie puede entrar, solo las personas con corazón puro separadas de sus amistades del pasado, ahí estaban todas, juntas, observando que todo estuviera bien en la vida de Marinette, se sentían demasiado identificadas por su torpeza.

Las puertas estaban cerradas por barrotes, tenían una regla bastante grotesca: No tratar de pasar al paraíso de los otros portadores.

Las reglas algunas veces se rompen y tienen una consecuencia en específico, sin embargo, si alguna Volpina, Ladybug, Chat Noir, Hawk Moth, Queenbee o Peacock, trataba de escapar y atravesar la barrera, era sentenciado al inframundo, y jamás volver a tomar el mismo camino. Por lo tanto, ellas o ellos podrían cambiar el futuro de los actuales portadores, desde juntarlos hasta darles una pista, aunque algunos preferían ver como ellos pelean antes de morir.

Zafiro había mantenido guardia para observar a Marinette durante la noche, por suerte, esta dormía tranquila, o bueno, con un pie en la pared y otro en el suelo como una momia. Era algo cómico ver como ella arruinaba las cosas y resolvía de la manera más tonta posible, todas estaban de acuerdo sobre recibirla felizmente hasta contras las anécdotas que vivieron una y cada una, ya que, bueno, todas salvaron vidas, aunque el miedo las preocupaba al verla morir, solo debían dejar avanzar el tiempo.

—Otro día más, ¿qué tenemos de diferente? —cuestionó Zafiro.

—Todo es igual, no entiendo como aguantas esa calma de quedarte despierta toda la noche—dijo la pelirroja sentándose junto a ella encorvando la espalda, se sentía pésima—. Nunca pensé que ser un muerto tuviera sus defectos, me sigo sintiendo viva.

—No somos inmortales completamente, podemos sentir punzadas de dolor sin morir—se interpuso Mudekudeku—. Yo, tu, todas, sentimos lo mismo, pero ya te acostumbraste demasiado en que Jeanne te mate que no sientes ninguna de tus extremidades.

—Muy graciosa—bufó Hipólita—. ¿Ahora qué? —cuestionó—. ¿Todas jugaran con mi cuerpo y verme morir a cada rato? Oh no, soy una reina de las amazonas, mis guerreras estarían furiosas.

—Todas, murieron, lo sabes.

—¡Cállate que a ti te amarraron con vendas! —exclamó Hipólita enojada.

—Son... tradiciones—respondió Zafiro con un toque de disgusto—. En fin, ¿qué es lo mismo de siempre?

—Tal vez la ceguera de Ladybug—respondió Hipólita con grandes bolsas oscuras en sus ojos—. ¿Sabes qué? Estoy cansada, voy a enseñarle que su "compañero de equipo" es su amor platónico, digo, ¿no pueden ser tan ciego cierto? ¡Sé friendzonean ellos mismos!

La pelicorta miró a Hipólita seriamente para después darse una palmada ella misma, estaba demasiado acostumbrada al verla actuar de dicha forma.

—Juana te matará, son tus decisiones y no puedo influir en ellas—respondió.

—Tampoco yo, Juana estaba perfeccionando su espada para la ocasión, solo digo—se encogió de hombros la africana, tenían razón, pero por otra parte no, era solo cuestión de tiempo que Hipólita se dé cuenta—. Actúas antes de pensar, ¿recuerdas como moriste? —cuestionó con un tono firme, directo y terrorífico si fuera así el caso, era horrible recordarlo, aunque a veces se necesita recordar para reflexionar.

—Si... Lo recuerdo—murmuró bajando la mirada—. ¡Pero eso no importa! ¡Adiós maripositas!

Cuando la guerrera de las amazonas se levantó a punto de dejar caer sus pies, miró cómo Marinette salía después de despedirse con Tom y Sabine. Era su momento perfecto para saltar y decirle por alguna manera la verdad, tal vez un papel escrito de: "Reacciona, zopenca" o lentes para darse cuenta de que su amor platónico era el gran héroe de París. Pero tenía miedo en resultar con una patada de caballo en la cara o samuráis atacándola pensando sobre "revivir" a uno de sus antepasados, lindos tiempos.

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