1

132 17 92
                                    

Cinco, solo cinco, eso es, perfecto, ahora.. ¿como?

Necesito... necesito hacer algo que llame la atención, pero ¿que? ¿y si...? no, mejor...

-Amor- Una voz -Javier, ¿en que piensas?

-No, en nada cariño- Ella no puede saberlo, me lo impediría

Mi esposa suspiró, bajó su mirada a mis labios y me acarició la barbilla como siempre ha hecho para... tranquilizarme.

-Voy a esa marcha por los derechos de los homosexuales, no olvides tomar tus pastillas.

-Si Paola- Mi esposa es abogada de familia, además de defensora los derechos de los animales, homosexuales y cualquier cosa nueva que aparezca, en resumen, defiende la vida y su importancia a capa y espada.

Se escuchó el portazo que dio Paola al salir, debo ponerle aceite a esa puerta, está muy dura.

Allá habrá mucha gente susceptible... ¿porque no?

SI, iré a esa cosa; cojo un vaso de agua, tomo mis pastillas y por último me pongo mi sombrero, está haciendo demasiado sol, no pienso dejar que me manche la cara más de lo que ya está, la edad no me ha hecho mucho bien que digamos. Ah, y no puedo olvidar mi pañuelo y mi botella de cloroformo.

La calle está llena de gente bastante excéntrica, todos con carteles en pro de la causa; no veo a mi esposa, digamos que ahora eso es bueno. En la otra cera hay un joven retirado de todo el mundo, rubio teñido con un mechón blanco, su cabello sobre su ojo izquierdo y una expresión seria, tiene una camiseta color rosa que también apoya la causa y reitero, está solo, perfecto.

Doy la vuelta y me acerco a él por detrás, sacó el pañuelo de mi bolsillo y se lo pongo en el rostro, segundos después cae dormido en mis brazos. Lo llevo cuadra y media hasta mi antiguo consultorio sin que nadie se percate de lo ocurrido, o eso creo, igual la gente está muy ocupada en sus asuntos.

En mi antiguo consultorio tengo un cuarto separado para cuando algo se salía de control, soy psiquiatra, o lo fui, y hubo veces en las que mis pacientes intentaron atacarme. Antes estaba acolchado por todos lados pero cuando me retiré vendí la espuma a un reciclador, así que ahora solo hay cuatro paredes, una puerta de metal y una ventana  con vidrio polarizado, perfecto.

Creo que tengo una obsesión con la palabra perfecto.

Siento al chico en una esquina del cuarto ¡hombre pero que si pesa! respiro hondo y salgo del lugar, cierro con llave y cuando doy la vuelta me encuentro con una chica, alta, de tez morena y cabello un poco más abajo de los hombros, sus labios gruesos y su mirada amenazante.

-¿Que le hiciste a ese chico?- Preguntó, su voz fue suave pero severa.

-¿De que chico me hablas?- Respondí, ¿y esta a que horas me vio?

-¿Me crees estúpida o que?

-Yo no he dicho na...- Sin darme tiempo para terminar la frase, la chica me tomó de gancho por el cuello y me arrastró hasta la puerta, las llaves seguían en la chapa, ella abrió la puerta y al ver al otro joven en aquella esquina me soltó, caí sentado, la chica seguaí atrás mio estática con sus ojos clavados en él y yo aproveché para cerrar la puerta y encerrarla también, la dormí y la acomodé en el lado contrario de la habitación, una chica así es perfecta para lo que tengo planeado.

Perfecto, perfecto, perfecto... debo buscar otra palabra.

Salgo, cierro con llave y ahora sí la pongo en mi bolsillo. Busco gente excéntrica, susceptible o problemática, y aquí hay un poco de todo.

Al frente hay una casa con un balcón grande, donde varios muchachos le están tirando huevos y harina a los que hacen parte de la marcha, perfec.. espléndido, eso es.

Perdí de vista a uno de ellos, al rato vi que salió de allí y se dirigió a la tienda, lo esperé a la salida de esta, el muchacho, bastante grande a decir verdad, si el otro pesaba, este no tengo ni idea de como lo voy a llevar; tenía puesta una chaqueta y bajo esta una camiseta de un gato con lentes; traía cervezas y otro panal de huevos. Tengo un plan.

-Joven, ¿me puede hacer un favor?- Pregunté con desesperación -Es que se trabó la puerta de mi casa y quiero ver si me puede ayudar a abrirla.

Me miró de pies a cabeza y procedió a decir -Claro, deme un momento- creo que verme tan demacrado sirve de algo. El muchacho abrió la puerta de la casa del balcón, puso adentro las cervezas y los huevos y cerró de nuevo la puerta.

-¡Hey muchachos!- Gritó a sus amigos -¡Ya vengo, las cervezas están aquí abajo!

Después me siguió y llegamos hasta el consultorio, él mismo abrió la puerta y repetí el mismo proceso que hice con los otros dos, así mismo con las dos siguientes.

Una chica de sonrisa radiante y al parecer pocas palabras pues cuando la vi con sus amigos no abrió la boca en ningún momento, cabello castaño y labios finos.

Y la otra, una chica delgada y de cabello negro largo hasta su espalda, me la encontré en la misma tienda de hace un rato, estaba borracha y la regañé como si fuera su padre, fue fácil sacarla de ahí. 

Cinco, solo cinco, eso es, fantástico.

No tengan piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora