¿Qué me pasa?

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-Lamento comunicárselo, pero su hija tendrá que ser hospitalizada  -anunció aquel hombre de blanca barba, finalmente-.
Ellos ya sabían que esto sucedería, no comprendo el porqué de esta tristeza de repente en el ambiente.
Yo no sentía nada, quizás algo de alivio, así podría quitarme a los pesados de mis padres de encima.
Lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de mi madre.
-¿No hay otra opción? -preguntó secándose las lágrimas con la manga del sueter burdeo-.
-Lo lamento, señora. Pero Emma es un peligro para los demás -anunció mirándome, esperando una reacción- y para ella misma -concluyó-.
Una risa se escapó de mis labios, seguida de varias carcajadas.
-¿Qué es tan gracioso? -preguntó mi padre con el ceño fruncido-.
Mi madre y el doctor me miraban, sorprendidos.
-La manera en la que fingís preocupación hacia mi ser, e incluso pena -contesté sonriendo-.
Mi madre me miraba con tristeza, mientras sus ojos se volvían a llenar de lágrimas.
-Cariño, realmente nos preocupamos por ti -me aseguró mi padre, sujetando mi mano con delicadeza-.
La solté bruscamente.
-¡NO ME TOQUES! -le grité, ya de pie, después de haberme levantado sobresaltada-.
-Tranquilízate, Emma -me pidió el doctor-.
Lo miré con rabia y desesperación, segundos después estallé en carcajadas.
-Oh, créame, yo ya estoy tranquila -reí-.
El doctor se levantó de su asiento y me sujetó del brazo.
-Le llevaré para que le asignen una habitación, acompáñeme, Emma, por favor-.
Salimos de la consulta y caminamos por (al parecer) los interminables pasillos del hospital, hasta llegar a una sala, de espera, creo.
Había varios asientos colocados contra la pared y una máquina expendedora de refrescos.
-Espere aquí 10 minutos, volveré con su habitación asignada y el documento que requiere una firma de sus tutores legales para que permanezca en esta estancia -me explico el doctor, y acto seguido se marchó por otro pasillo-.
Me senté en una silla a tres losas de la máquina expendedora.
A mi lado había una planta, seca. Probablemente marchitaría si no se atendía rápidamente.
Sentía pena por ella, seguramente moriría por el simple hecho de que a nadie le importaba, en cierto punto me sentía identificada con ella.
Después de varios minutos jugueteando con los cordones de mi sudadera entró un chico.
No pude analizar su rostro debido a que llevaba la capucha de la sudadera puesta, y una cortina de pelo negro azabache y ondulado cubría su rostro.
Se sentó dos asientos más lejos de mi.
Lo estuve observando durante varios minutos, hasta que retiró el pelo de su cara y pude contemplar unos preciosos ojos color verde.
-¿Quieres algo? -preguntó mirándome seriamente-.
-No -murmuré apartando la mirada-.
A los varios segundos volví a mirarle, seguía mirándome atentamente.
Me incomodaba demasiado.
-¿Y tú? ¿Quieres algo? -me aventuré a preguntarle-.
Negó con la cabeza mientras reía.
-Emma, vamos, le mostraré el establecimiento -interrumpió el doctor posando su mano en mi hombro-.
Asentí sigilosamente.
Miré al chico por última vez, antes de marcharme.
Seguía sonriendo.

Sacadme de aquí, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora