Algunas cuestiones infantiles.

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No tengo un momento justo con el cual decir "así comenzó", pero si recuerdo los primeros momentos de mi infancia... Quizás a los 10 o 9 años, yo me escondía en el baño, sacaba la balanza del cuartito de toallas y me pesaba. 

Ya en ese entonces tenía ganas de llorar cuando veía el número aumentar. No quería que subiera pero inevitablemente eso sucedería, la pubertad se acercaba. El miedo a crecer se me hacía inminente.

Todo esto era cosa de planearlo a escondidas obvio. Porque a pesar de las miles de razones por las cuales mis padres me hacían sentir un pequeño chanchito, ellos seguían llenándome de comida hasta los talones. 

En mi casa la comida siempre fue el eje que movía todo. Era como vivir en un Universo y que el Sol fuera una buena pizza o una docena de empanadas. Mi papá trabajaba hasta tarde y en cierta parte su momento feliz era la hora de la cena. 

Con el correr del tiempo esto se me traspasó a mi. Estás triste? Comé. Estás feliz? Comé. Estás enojada? Comé. Y así sucesivamente con el correr de los años. 

Esto no sólo aplicaba a las comidas diarias sino que se solía premiar con comida cualquier buena nota, premio, actitud, asenso, festividad. Incluso por la falta de cariño que yo obtenía de parte de mis padres, su única manera de demostrar afecto era cocinándome algo (o comprandome algo). 

Tapando esos agujeros, esas ausencias, me volví muy caprichosa y consentida. ¿Cómo no comprarle la ropa de Complot a la nena si lo único que hago es trabajar y no estar jamás con ella? ¿Cómo no pagarle las clases de modelaje, de pintura, los maquillajes, las muñecas, las revistas, los libros si nunca puedo ir a sus actos escolares?

Yo había aprendido que de esa ausencia podía crear algo y usarlo. Manipular se volvió algo normal en mí, pero llegó un punto en que la manipulación paso a ser conmigo misma. Y por supuesto, eso no se iba a poner bueno. 

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⏰ Última actualización: Nov 17, 2016 ⏰

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