Prologo

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-¿Señorita? Soy del Cuerpo de Bomberos de Karakura. Esta usted a salvo. Abra los ojos
Orihime oyó una voz a lo lejos. Le dolía la garganta. Cuando inhalaba, le quemaba la nariz. Lo único que quería era dormir. ¿Cuánto tiempo hacia que no dormía una noche entera? ¿Desde cuándo? Su mente comenzó a buscar, pero había una niebla muy espesa que no le permitía ver nada.
-Venga, preciosa, abre los ojos
Estaba flotando en la niebla ¿Estaría volando? En alguna ocasión le habían dicho que, si soñaba con que volaba, quería decir que le iba a suceder algo bueno.
Si, debía de ser eso. Debía estar soñando.
-No quiero tenerte que hacer una traqueotomía. Respira, por favor.
Orihime hizo una mueca de disgusto. ¿Por qué no la dejaban dormir?
-Le voy a poner mi mascara y va a usted a respirar –le dijo la voz de nuevo –Ya vera, se va a encontrar mejor.
Orihime sintió algo en la cara e intento quitárselo, pero percibió un aire extraño y dulzón que no se le hizo desagradable.
-Muy bien, señorita. Ya esta volviendo. Muy bien.
Aquella voz la acompañaba a través de la neblina.
-Esta usted a salvo –le murmuro.
No, aquello no era cierto. ¿Dónde estaba su pareja? Orihime frunció el ceño, pues el dolor de cabeza que estaba sintiendo era muy fuerte.
-No –contestó
-Si, esta usted a salvo –insistió la voz –Se lo prometo. Abra los ojos y lo vera ¿Cómo se llama?
Orihime, me llamo Orihime, pensó.
Entonces, abrió los ojos y se encontró con un rostro masculino que se correspondía con la voz que estaba hablando.
Voces, gritos, sirenas, humo y muchas luces. Orihime sintió que el miedo se apoderaba de ella.
-¿Cómo se llama?
Menos mal. No se lo había dicho, así que todavía podía improvisar. Orihime carraspeo, tosió e intento recordar el nombre que estaba utilizando en aquellos momentos.
-Asuna –contesto por fin sintiendo un gran dolor en la garganta –Asuna Su... Suno –concluyó.
Si, eso, muy bien. Suno, no Inoue.
-¿Qué ha ocurrido?
-Tranquila, Asuna. Esta usted a salvo –la tranquilizo el bombero –Esta usted conmigo.
Orihime se dio cuenta de que la llevaba en brazos y también se dio cuenta de que estaba muy mareada. Cerró los ojos, pero no sintió ningún alivio.
-Tengo náuseas –anunció.
-Es normal –contestó el bombero –La voy a dejar sobre la camilla. Relájese.
Orihime volvió a abrir los ojos mientras el bombero la depositaba en una superficie estable.
-¿Qué ha sucedido? –volvió a preguntar.
El bombero tenía la cara manchada, como si se hubiera pintado para irse de maniobras, y unos hombros muy anchos.
Orihime se dio cuenta por el rabillo del ojo de que había una furgoneta blanca a su lado.
-He entrado para vaciar el restaurante y no la encontraba –le explico inclinándose sobre ella y hablándole con dulzura.
Cuánta dulzura.
Qué gran consuelo.
Orihime parpadeó, se frotó los ojos y se dio cuenta de que los tenia humedecidos.
-Había mucho humo ahí dentro y usted estaba inconsciente –le conto el bombero –Ahora la van a llevar al hospital para asegurarnos de que este usted bien.
Orihime no quería ir al hospital. Quería, quería... la verdad era que no sabia lo que quería.
-El incendio –dijo con voz grave y tono estúpido.
Si, efectivamente, había llamas detrás de la ambulancia y una gran nube de humo que se elevaba hacia el cielo.
Orihime se llevo la mano al abdomen. ¿Habría sufrido su bebe algún daño?
-Vine a comprar una enchilada –declaro.
El bombero sonrió.
-Pues me temo que va a tener que esperar un poco para comérsela porque, al haber inhalado tanto humo, tendrá el estomago revuelto.
Orihime se dio cuenta de que no era pintura de guerra lo que llevaba en la cara sino hollín y que el uniforme que lucia era el de bombero.
-¿Me ha rescatado usted?
-Si –contestó el bombero sonriente –Todo va a ir bien, Asuna. ¿Quiere que avisemos a alguien? ¿A su marido? ¿Con quien está usted aquí?
Había ido al restaurante Karakura para disfrutar de una comida, era la primera vez que había salido desde que había llegado allí y lo había hecho porque había pensado que sólo se cumplen veinticinco años una vez en la vida.
-¿Asuna?
-No estoy casada –fue lo único que acertó a contestar –No hace falta que llamen a nadie.
-Ya nos hacemos cargo nosotros de ella, Ichigo –declaro una mujer.
Ella y otro hombre aparecieron junto a la camilla y, antes de que a Orihime le diera tiempo de formar otra frase coherente, metieron la camilla en la ambulancia.
Mientras lo hacían, Orihime no dejo de mirar al bombero, que se había quedado de pie junto a la puerta.
De repente, las puertas de la ambulancia se cerraron. Orihime quiso protestar, pero ya era demasiado tarde, pues el vehículo se estaba moviendo.
Orihime sintió una mano fría en la muñeca.
-¿Cómo se llama señorita?
Orihime cerró los ojos y vio la sonrisa del bombero y oyó su voz amable.
-Asuna –volvió a mentir –Asuna Suno.

Atrapados en la nieve (Ichihime)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora