Capítulo 3. Memorias

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Aún lo recordaba.

Si Draco se ponía a analizar con cuidado cada mínimo detalle de su plan estratégicamente creado, todavía era capaz de recordar la primera vez que Harry Potter se vio involucrado en él. Era lógico. El hombre era uno de los aurores más importantes del Ministerio y tarde o temprano tendría que aparecer para entrometerse en su camino e interrumpir sus planes. En todo caso, más que sorprenderlo, la presencia de Potter era inevitable. Eso lo había contemplado. Eso entraba dentro de sus límites establecidos.

Comenzó con una sospecha tras el primer asesinato, aunque en ese momento ni siquiera lo habían considerado como tal. Fue el tiempo, las sospechas, el pasado, los interrogatorios y su evidente ascenso por el Ministerio lo que los llevó hasta él. Tenían razones para sospechar, después de todo. Si Lucius Malfoy se había abierto camino a través de amenazas y cantidades obscenas de dinero, entonces Draco también podía hacerlo. No había espacio para dudas. No cuando salía tan beneficiado por ello.

Los rumores los seguían al igual que las miradas, aunque estas se desviaban en el momento exacto en el que él los observaba. Si alguna vez alguien creyó que la guerra había hundido al apellido Malfoy, el miedo que infundió Draco se encargó de demostrar lo contrario. Sin embargo, él mejor que nadie sabía que si existía alguien capaz de enfrentarlo, ese era Potter y no porque Draco fuese un mago tenebroso; era, sencillamente, porque se trataba de él.

Pero esa vez (la ocasión en la que Harry lo miró no como un compañero molesto del colegio, sino como un hombre capaz de asesinar a otros por la búsqueda del poder) Potter no tenía decisión en su mirada. Ni siquiera tenía deseos de atraparlo. Lo que Harry tenía cuando le tocó enfrentarlo, era un corazón roto.

No fue difícil averiguarlo: Potter continuaba siendo una figura pública a la cual era fácil criticar. Sus pasos eran seguidos por revistas absurdas que no tenían nada más interesante que publicar, pero a las cuáles les divertía tenía a alguien a quien humillar. De esa manera, Draco supo sobre la fragilidad de Potter al querer, de lo fácil que era engañarlo y cómo destrozarlo. Bastó con mirar con atención, sonreír en el momento preciso y mostrarse comprensivo, primero con su investigación y después con sus emociones, para lograr que cayera rendido ante sus pies.

Draco había visto los beneficios desde el primer momento. Si había que tejer una telaraña donde la meta era atrapar a todas sus presas, Harry había caía indirectamente en ella. Un desafortunado giro del destino, dirían algunos. Lo que necesitaba para hacerse poderoso, pensaría Draco. Porque sí, usar a Potter resultó mucho más conveniente de lo esperado. Manipular las emociones de Harry, fingiendo darle amor y satisfacción era la manera más rápida de ascender por el Ministerio.

Repentinamente, y sin que nadie lo entendiera, las investigaciones se hicieron más complejas. El veritaserum no afectaba a Draco. Las evidencias, aunque apuntaban hacia él, no eran concluyentes. Siempre había un testigo, un método, una laguna en las leyes mágicas que nunca antes se habían utilizado. Asesino, gritaban los ojos de los aurores, menos el de uno, el más importante de ellos, el único que podría mandarlo a Azkaban porque sabía la verdad, pero no tenía el valor para hacerlo.

A Harry Potter ya no le quedaban fuerzas para seguir intentándolo.

Ya no.

-Amo Malfoy, señor...

Por un instante, al escuchar la chillante voz, Draco desvió su mirada del caldero hacia el suelo. Allí, luciendo demasiado asustado, un elfo lo miraba con sus enormes ojos rojos. La criatura parecía haberse castigado recientemente por todas las vendas que colgaban de sus largos y esqueléticos dedos, pero Draco apenas le prestó atención a ellos pues sabía que solo existía una razón para que un elfo lo interrumpiera mientras preparaba una poción.

Dulces y PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora