Armando bajó del tren. Fue un largo viaje desde Maesa. Se sorprendió por el cambio que observó en la estación. Todo estaba totalmente distinto. Fue cuando cayó en cuenta de todos los años pasados desde que había salido desde ese mismo lugar y no había vuelto hasta ese momento.
Un hombre más joven que él y con uniforme militar se le acercó. Era delgado aunque de estado atlético. Mirada firme y determinada, pero no intimidante ni soberbia. Evidentemente tenía instrucciones claras con respecto a Armando. Por las insignias de los hombros, Armando supo que era sargento y su apellido era Pérez, de acuerdo a lo que decía la insignia de su pecho. El mismo rango que él iba a conseguir si no hubiera renunciado al servicio cuando lo hizo. En cuestión de días sería ascendido. Numerosos recuerdos inundaron su cabeza en ese momento.
-Bienvenido de vuelta, Teniente- dijo el sargento Pérez.
-No soy Teniente- contestó nuestro amigo -ni siquiera soy militar.
-Mis notas dicen otra cosa, Teniente.
Se dirigieron hacia los parqueaderos de la estación. El hombre no reconoció el sitio. Seguramente fue construido durante la evidente remodelación que había sufrido la estación de trenes. De cuántos cambios se habría perdido en tantos años lejos de su ciudad? Luego se daría cuenta de que no se había perdido de mucho.
La base de la Fuerza estaba al otro lado de la Dinara. Debían pasar por su viejo vecindario para llegar hasta allá.
Afortunadamente, Dinara no era una ciudad grande. Además de la estación y un pequeño parque frente a la iglesia, la ciudad no había cambiado nada en quince años, de hecho, los pocos cambios, habían sido durante al menos los últimos años, o al menos eso le pareció a él.
Lo que realmente le preocupaba a Armando era cuanto habría cambiado ella. Mantendrá su sonrisa hermosa? Seguirá su cabello aun siendo largo y rubio? Su voz, su voz angelical, mantendrá aún la magia que lo había enamorado cuando eran unos jovencitos? El ahora no tan joven teniente (al parecer), se preguntaba que habrá pasado con ella mientras miraba por la ventana del vehículo en el que lo llevaban a la base militar donde le explicarían con mayor detalle la propuesta que él había aceptado vía telefónica dos días atrás.
Sin dudas, la visita del viejo a su cabina de tren hace quince años, había influido en su decisión. Era muy vago el recuerdo de la imagen de aquel viejo, pero lo que dijo, nunca lo olvidaría. De hecho, de la imagen del anciano, solo recordaba el tatuaje en el antebrazo y la cicatriz en el pómulo izquierdo, ambos idénticos a los que él mismo tenía, producto de su lealtad a la fuerza, lo uno, y a su torpeza al chocar contra el espejo, lo otro. El golpe y posterior cicatriz en el pómulo le hacían gracia. Casi nada le hacia gracia desde que su amada había terminado con la relación hacían tantos años ya.
Pasaron por su viejo vecindario, todo lucía igual. Las casas, las calles, hasta los árboles lucían exactamente igual que hace quince años. De hecho en toda la ciudad, parecía no haber pasado el tiempo. Esa experiencia para Armando fue como un viaje al pasado.
La imagen de ella volvió inevitablemente a su memoria. Volteó su cara hacia el otro lado de la ciudad como intentando ver su casa, casa que él visitaba a diario para ver a su amada. Pero inmediatamente se dio cuenta de que esto era imposible desde aquel punto.
Decidió obligarse a no pensar en ella. Seguramente tendría ya quince años de casada con aquel tipo al que ella había conocido, del cual Armando no había querido ni siquiera escuchar el nombre.
Llegaron a la base. El joven sargento Pérez no soportaba más el incómodo silencio de su pasajero y agradeció que habían arribado a su destino.
Armando bajó del vehículo y caminó hacia la puerta.
-Bienvenido de vuelta, Teniente- dijo otro uniformado de aproximadamente su misma edad.
-No soy Teniente- contestó Armando -Ni siquiera soy militar.
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Timeline (El Viajero)
Ciencia FicciónFicción. Drama. La historia de un hombre que se divide entre el amor por la mujer de su vida y su vocación de servir a su patria.