Y entonces salté.
El aire me apartó el cabello castaño claro del rostro mientras caía en picado acercándome cada vez más al fondo del barranco.
Entonces, el aparato que llevaba abrochado a la espalda se extendió, deteniendo mi caída en seco y haciendo que me sacudiera levemente.
Shiro, como siempre, me había recordado antes de saltar que cuando las alas se extendieran, tendría que aferrar las asas que había unidas a las alas, y agitar los brazos con fuerza, para moverlas.
El movimiento hizo que me sostuviera en el aire, aunque pronto se me cansaron los brazos y fui descendiendo lentamente.
—¡Armadillo! —le grité a Shiro, que me observaba desde la superficie, libreta en mano.
—¿Estás segura de que no puedes aguantar un poquito más? No han pasado ni veinte...—empezó él.
—¡Armadillo! —reptí antes de que terminara su frase. Mis brazos estaban agotados, y cada vez tenía que alzar más la cabeza para mantener contacto visual con él.
—Está bien. Coge el cuchillo y hazla picadillo —contestó.
Armadillo, coge el cuchillo y hazla picadillo, era la frase que mi compañero y yo usábamos para dar a entender que el ejercicio había terminado.
Shiro se agachó y apretó un botón que había en un aparato que estaba fijado al suelo, en el borde del precipicio. Se trataba de un conjunto de poleas por las cuales pasaba una cuerda. Un extremo lo tenía Shiro en la mano, y el otro, iba atado a mi cintura.
Las poleas empezaron a girar y pronto noté cómo la cuerda me oprimía la cintura. Entonces, batir las alas se convirtió en algo innecesario, por lo que mis brazos pudieron descansar.
Una simple ley física, hizo que mi cuerpo se acercara a la pared del barranco, como si yo fuese un péndulo. Agarré la cuerda con las manos y detuve el impacto con los pies.
Ahora que ya había aprendido la lección, ése viejo muro rocoso tenía que pillarme muy desprevenida para que colisionara contra él.
En cambio las primeras veces, llegué a romperme varias partes de mi cuerpo —excepto mi nariz, lo cual es irónico, porque odio mi nariz. Yo creo que está ligeramente torcida hacia la izquierda. Y siempre he creído que de rompérmela, aún podría quedar mejor—; incluso hubo dos ocasiones en las que subí completamente inconsciente a causa de contusiones en la cabeza.
Cuando solo quedan dos escasos metros para llegar a la superficie, me topo con una escalera que construimos años atrás, para que los últimos metros no tuviera que subirlos arrastrada por la cuerda.
—¿Qué tal ha ido? —inquirió Shiro, cuando asomé la cabeza por el borde del barranco.
—Nada mal. Lo has mejorado mucho. Solo que las bisagras que permiten que las alas se muevan van demasiado duras, y así es imposible aguantar mucho rato.
Él asentía mientras anotaba en su pequeña libreta todo lo que yo le iba diciendo.
—¿Algo más?—me dijo, sin alzar la vista.
—No —contesté después de pensarlo durante unos segundos. —. Quizá podrías hacer que la extensión de las alas fuera un poco más suave; evitaría la sacudida en el momento de suspensión.
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Allí donde nadie nos encuentre
Science-Fiction¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Todos os preguntáis lo mismo, pero tenemos prohibido contarlo. Porque si nos escondimos fue por algo. Ahora que las cosas se han complicado vosotros buscáis respuesta a vuestras preguntas; no nos gustan la...