Ha pasado un mes desde que salí de vacaciones, me he acostumbrado bien a la casa, a mi madre y a Kiba.Mañana comienza otro semestre, sin novio, sin amigos, sin siquiera alguien a quien hablarle.
Al otro día me aliste, me puse el atuendo más bonito que encontré y lleve mi mochila al hombro.
-Adiós Kiba, dije mientras le acariciaba la cabeza en la puerta.
Kiba me lamió la mano y salí de mi casa.
De camino a la escuela, solo pensaba en los maestros que podrían llegar a darme clase; llegué a la escuela y me senté en una de las bancas que se encontraba justo debajo del edificio donde tomaba clase y comencé a editar una foto de Kiba.
-Hola, ¿Sabes donde esta el laboratorio B-1? Preguntó una chava.
-Ammm, si… Eres de mi grupo, ¿cierto?
-Jaja, si, vamos juntas desde primer semestre, pero nunca le hablas a nadie, siempre estás hablando por teléfono con tu novio.
¡Carajo! Era totalmente cierto, pero ya no tengo novio.
-Lo sé, lo lamento, este semestre socializare más, lo prometo. Dije mientras la guiaba al laboratorio donde teníamos nuestra primera clase.
-Esto es muy vergonzoso, pero ¿Cual es tu nombre? Dije apenada.
-Adriana. Dijo entre risas. Sabía que no lo recordarías.
-Lo lamento, no socializo, y mucho menos aprendo nombres.
-Lo sé, ¿Dulce, verdad?
-Si.
Al terminar las clases nos despedimos y me dirigí a casa…
Abrí la puerta y Kiba saltó sobre mí tirándome al poco pasto que había fuera.
-Ya Kiba, quítate de encima. Dije mientras trataba de quitarlo de encima.
-Hoy ha estado muy inquieto. Dice mi madre. Chilló mucho, no esta acostumbrado a tu ausencia. Dijo mientras me daba la correa para su paseo diario.
Era tarde, las nueve, todo oscuro y tranquilo.
Solte a Kiba para que explorara y me senté a ver las estrellas.
-Solíamos verlas juntos.
Me volteé repentinamente, era Yael, para variar.
-¿No extrañas esos momentos?
-Sinceramente, no.
Yael se acerca y se sienta junto a mi.
-Dulce, te extraño. Suelta sin precedentes.
No respondo, me quedo fria.
-Tu… ¿Me extrañas?
Kiba regresa y recarga su cabeza en mis rodillas mirando fijamente a Yael.
-Responde por favor. Se acerca y me besa.
Lo separó, Kiba gruñe y él retrocede aún más, me levanto.
-Hora de irnos Kiba.
Pongo la correa de Kiba y comienzo a caminar, Yael me sigue.
Kiba se suelta y se vuelve agresivo contra Yael.
-Tranquilo muchacho. Dice Yael asustado y retrocediendo.
-Kiba ven acá.
Kiba me ignora y le comienza a gruñir.
-Dulce, quitame a tu perro.
-No debiste besarme, dije entre sollozos.
-¿No te gustó?
-¡No!
Kiba se vuelve más tenso.
-¿Crees que puedes volver como si nada besarme y decirme que me extrañas después de todo lo que has hecho?
-Perdón.
Kiba regresa conmigo, me he soltado en llanto y no deja que Yael se me acerque, en su lugar lame mi mano.
Lo tomo y me dirijo a mi casa.
Mi madre está acostada, ya llegue ma’, iremos a dormir; subí a mi habitación y me recoste, Kiba se acuesta en mi cama, a lado de mi, lamiendo mis lágrimas, que desaparecen gracias a que su lengua me da cosquillas.
Lo abrazó, y me duermo.
No confío en las personas a quienes no les gustan los perros, pero confío en mi perro cuando no le gusta una persona.
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Hasta Que La Muerte Nos Separe.
Teen Fiction¿Crees en el amor de verdad? Dulce, una joven de 22 años no, o al menos eso creia. Todo cambia cuando algo llega a su vida cuando más lo necesitaba.