CUALQUIERA QUE SE TOME ESTA CACA EN SERIO, LO MATO. Obviamente esto es humor.
Ratkid, un niño incomprendido que se siente solo en el mundo, nadie lo entiende, él es único y diferente.
Los gustos de Ratkid son según las modas que están presentes en e...
Me desperté y lo que se me vino a la mente apenas abrí los ojos fue: —¡POR ATRÁS NO!—
Me quedé viendo mi habitación llena con posters de Minecraft, decidí decorarla un poco con cosas que me gusten... cubitos, fotos de la skin de Tuxedo* y el libro de Wigetta al lado de mi cama.
Encendí mi computadora y pude notar que la usuaria estaba conectada.
× × ×
*El skin de Tuxedo para los que no saben, es asi:
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Tenía que ponerlo, si no lo ponía la historia sería más basura de lo que es.
Bueno, sigamos con esta caca.
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Belén
Al encantador chico le envié un mensaje por Skype preguntándole su nombre y su edad, estaba muy curiosa.
Ayer... mi madre me había pegado por haber gastado toda esa cantidad de dinero.
Qué vida de mierda que tengo, ¿cómo me puede pegar? Soy tan solo una pobre adolescente... sola en este mundo y mi madre... ni siquiera me apoya en nada, qué vieja de mierda...
Ella no sabe por lo que yo he pasado, tengo una depresión severamente colosal... desde hace mucho... siempre en mis redes sociales publico imágenes suicidas y miento con que me corto porque... no tengo el valor.
El chico respondió a mi mensaje, pero tardó un buen tiempo en responder:
—¡¡No me jodas!!— Creo que es el momento perfecto para lloriquear.
—¿Que no te joda? P–pero yo no quiero joderte, yo quiero jugar contigo...— Él no me quiere como yo lo quiero a él...
él es...
¡Perfecto!
Estuve pensando la forma en la que podía llamar la atención de él y pensé que la mejor opción sería enviarle una foto mía. Pero... no sabía cómo sacármela para que le gustase.
Yo supondría que le gustaría una foto de mis pechos junto con mi lindísima cara.
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Ratkid
(Sí, el niño este pesao' otra vez)
Estaba tranquilo jalándome el ganso con un buen video de Minecraft, era muy hardcore. Hasta que Skype me salta con los mensajes del orto, la pesada esa que aún ni le sé el nombre me andaba hinchando las pelotas.
Le respondí lo que pude con la mano que estaba libre.
Qué pendeja más rompe huevos, no se puede ser tan pelotudo de interrumpir en un momento así.
Justo entra mi madre a la habitación a traerme las galletitas con chispitas de chocolate que le pedí hace rato.
—¿Otra vez lo estás haciendo, hijo?—
—Sí, carajo, ¡te tardaste un milenio! ¡dejá las putas galletitas del orto en la mesa y largate!— dije mientras seguía.
—Te entiendo, ¡yo también fui adolescente!— la miré de reojo y estaba acariciándose las mejillas suavemente.
