uno.

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¿Quién era ella? El reflejo que le devolvía la mirada no era ella. Imposible. Su tez dorada oculta tras la tela plateada era la suya, pero aún así no era capaz de reconocerse. No recordaba el momento en el que se había perdido por completo. Tan solo se había dejado llevar por las personas de su alrededor, preocupándose por ella y a la vez pareciendo tan indiferentes respecto a su verdadero bienestar. Nunca había estado tan sola, y la situación tenía gracia, no había estado sola desde que dejó atrás la Mesta. Había tantas personas pululando a su alrededor como fieras hambrientas que acechan a su presa. Y ella bien sabía quién era la presa en esos instantes.

Espinas de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora