Conmocion

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Las campanadas de la catedral anunciaban la medianoche, una abrumadora oscuridad envolvían a la pequeña villa en donde vivías, mientras todos intentaban refugiarse de la ominosa tormenta que caía aquella noche sobre los tejados de aquellas casas viejas. El aire era turbio, había neblina escabulléndose en el ambiente y los cristales se habían empañado.

Las flores estaban empapadas y sus delicados pétalos azotaban contra los arbustos, los árboles se sacudían a merced del viento y escuchabas el sonido tétrico de las ráfagas indomables, indiferentes a lo que les pasara a los habitantes de aquella pequeña región,  quienes rezaban con fervor en noches como esa, pues contaban que los demonios salían a cazar a sus presas y hacer suyas a sus víctimas. Tú habías escuchado historias sobre esos demonios, historias que conocían tus abuelos y los abuelos de tus abuelos, pero tú sabías que sólo eran fantasías de gente vieja y supersticiones antiguas. Sin embargo, el golpear del viento te estremecía y deseabas que una noche como esa terminara ya.

Escuchabas aquel odioso viento chocando contra tu ventana, era como si aquella villa fuese de juguete, que estuviese a merced del aliento de un demonio ansioso por destruirlo todo. Desde tu cuarto escuchabas a las piedras levantarse del pavimento y golpear contra las rejas de tu casa. De repente, un trueno. La luz que desprendía el cielo iluminaba tu cuarto y el de la gente que dormía inquieta aquella noche. Aquella ráfaga de luz te dejaba entrever tu habitación, las sombras te parecían monstruos del infierno y tu corazón latía con fuerza. "¡Es sólo una tormenta!" Te dices a ti misma. "No pasa nada, es sólo el viento". Intentas volver a dormir, cierras los ojos, esperas que acabe pronto.

...

Del otro lado de la villa una chica se revuelca entre las sábanas, su sueño ha sido inquieto desde hace varias noches, su corazón palpita ansioso, cada vez que oscurece le da miedo ir a la cama.

Sin duda, aquél era un pueblo extraño, apartado de otros, con gente que hablaba poco y que tenía supersticiones raras sobre demonios que se mezclan entre las personas normales. Tú no crees en nada de eso, pero en noches así....Otro trueno cae sobre los tejados viejos, los hace temblar, parecen resquebrajarse. La chica se despierta nuevamente. El viento había abierto la ventana. La chica se levanta y va descalza a cerrarla, mientras siente cómo se le hiela el alma. La chica vuelve corriendo a su cama, en la oscuridad de aquella noche, en el silencioso ambiente de un paisaje de luna llena, en donde sólo la lluvia y el viento interrumpen la tenebrosa quietud.

Su cama es una cama antigua hecha de latón, con dos columnas sobre las que caen dos cortinillas de color rosa pálido. En la cabecera de su cama cuelga un rosario con rubíes incrustados.

Ciertamente, su cuarto parecía el de una muñeca antigua. En una esquina hay un viejo tocador, con un espejo enorme en el que las sombras de la noche parecían moverse a voluntad, como si se tratase de espíritus malditos. Del otro lado hay un librero de madera con sus historias favoritas: Jane Eyre de Charlotte Brontë, Historia de dos ciudades, de Dickens, El castillo de Otranto, que le recordaba a aquella mansión a las afueras de la ciudad que los mayores decían, estaba embrujada.

En su mesita de noche tenía una vela y una fotografía de ella con sus padres. Era una niña en ese entonces. Tenía la piel clara, el cabello rubio, las mejillas sonrosadas. Ahora, estaba muy lejos de aquella imagen. Estaba delgada y su piel parecía casi transparente. A pesar de todo, ahora tiene la belleza de quién ha dejado de ser una niña y se vuelve una mujer, una mujer que emerge del espíritu inocente de quien aún no había encontrado la maldad en el mundo. A sus senos los cubre un camisón de satín plateado, y sus torneadas piernas se encogen inquietas bajo aquellas sábanas blancas que cubren su frágil cuerpo. La ventana se mueve de nuevo...es sólo el viento.

La luz de la vela ilumina una parte del cuarto. Un tapiz verde madreselva contrasta con las cortinas rosadas de su cama, de repente...

El cielo inclemente lanza otro trueno, hace retumbar los oídos de aquella muchacha que entonces puede entrever una figura en las sombras. Siente que las pocas fuerzas que aún tiene la abandonan. Una figura alta y delgada se delinea tras las cortinas... era él de nuevo, era aquél demonio que llevaba atormentándola noche tras noche los últimos meses. Su corazón late con fuerza del sobresalto, ella toma el rosario que se encuentra en la cabecera de su cama e intenta rezar, pero está paralizada, sus labios no se mueven, sus músculos tensos le impiden gritar, siente como si una fuerza extraña se apoderara de su cuerpo y la hiciese callar contra su voluntad o no la dejara salir corriendo de aquella habitación maldita.

To lay in his armsWhere stories live. Discover now