Delirio

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No podía recordar cómo había vuelto a casa, ni el trayecto con ese extraño muchacho. Sólo sentía miedo, un miedo inexplicable que la acompañó durante tres días y tres noches sin descanso. Su corazón estaba agitado y su piel pálida a causa de la fátiga, no podía caminar mucho sin que la taquicardia aparecería y notó una extraña forma en su rostro, como si este se hubiera adelgazado de repente y adquiriera un semblante más parecido al de un fantasma que al de una chica de diecisiete años.

Tras esos tres días de miedo y malestar, se encontró en su cuarto, con una fiebre de 39 grados y lo que su tía llamó "delirio". Hablaba sobre sus padres, decía que necesitaba huir, que sus hijos iban a matarla, hablaba sobre un jardín lleno de sombras "Prende la luz" gritaba, aunque era medio día. "No dejes que las sombras me atrapen".

Ellos no sabían cómo ni en qué momento había vuelto esa noche ni tampoco parecían recordar mucho de lo ocurrio el día en que se presentó en la puerta de la casa bañada por la gélida lluvia.

Su tía estaba trabajando en el mismo bordado en punto de cruz que la entretenía desde hacía meses, su tío bebía té y leía el periódico, Lydia se había acostado mucho antes de lo acostumbrado. Después un sopor insoportable los había hecho irse a la cama temprano y no notaron la ausencia de Sophie.

-- La verdad doctor -- decía Rosemary Glass, la tía de Sophie -- no recuerdo escuchar las rejas ni la puerta abrirse, así que supongo que cuando regresó ya venía empapada. Lo raro es que no la escuchamos, pero esa me parece la única explicación para esta repentina fiebre.

-- Bueno, con todo el trabajo que tienen esta temporada es normal que el cansancio los venciera. No es nada de qué alarmarse -- decía el doctor mientras tomaba la presión de Sophie -- es tan sólo un resfriado. Algo fuerte, pero pasará. Ella es joven y por lo tanto, puede que se sobreponga a muchas cosas, pero perdió a sus padres hace poco; en el inconsciente aquello aún está fresco. En fin, 10 gotas de rivotril antes de dormir en un vaso de agua y su delirio se controlará.

Aquellas visiones, Sophie veía a un monstruo atacándola, desmenbrándola, y sombras terribles que la envolvían y la querían arrastrar a lo que ella pensaba, el infierno.

No fue a clases, no comía nada. Por otros tres días estuvo a merced de sus pesadillas hasta que finalmente, el cuarto día se sintió con fuerzas para salir de la cama.

El color anaranjado y brillante del atardecer cubría su cuarto. El sol le relajaba, la hacía sentir a salvo. El tiempo había mejorado muchísimo, a pesar de ser finales de Enero, no llovía, ni soplaba el viento con la furia con la que había azotado los últimos días.

Bebió un sorbo del té que su tía le había dejado en la mesita de noche. Frutos del bosque. Tragó el líquido caliente que resbaló por su garganta. Le dolía el cuerpo, sentía que alguien le había agarrado las muñecas al punto de querer romperlas, aunque aquello era imposible. Se puso de pie, el camisón blanco caía sobre su cuerpo como una manta sin forma. Observó la quietud y comprobó que por fin, tras largo tiempo, sentía a su corazón latir con normalidad.

Se colocó las pantuflas y bajó a la sala de estar. Vio en el comedor un plato con fruta fresca: trozos de manzana, uvas y pera cortada. También había pan de centeno y mantequilla. Una nota:

"Sophie, esperemos que te sientas mejor. Hoy volveremos tarde, hay muchos pedidos previos a la fiesta de San Augustín, así que si te despiertas, no te preocupes por nosotros."

Exhaló con resignación. No tenía idea de lo que había pasada en aquellos tres días. Su último recuerdo era ella, corriendo bajo la lluvia, perdida entre calles que desconocía.

Tomó un trozo de pan y le untó mantequilla, se sentó y lo comió despacio. Cuando terminó, el sol se había puesto. Necesitaba aire fresco.

Se dirigió al jardín trasero, donde su tía sembraba rosas y tenía cultivos de fresas silvestres. Aún no brotaban, pero en primavera era un paisaje hermoso lleno de diferentes tonos de rojo y olores a bosque.

El viento suave movía su cabello y pegaba el camisón a la figura adolescente de la joven.

Se acuclilló para quitar un gusano que intentaba comerse los pequeños brotes de fresa.

Sintió como si alguien la observara.

Pensó que era sólo su imaginación.

Era imposible que alguien estuviese ahí. Sin embargo, la presencia se hizo más fuerte. Volteo pero no alcanzó ver nada. El pasto verde crecía bajo sus pies, estático, inmóvil, como el único testigo de aquella angustia repentina. El viento comenzó a soplar más fuerte y decidió entrar de nuevo a la casa.

La fiebre y el malestar general la habían dejado exhausta. A pesar de haber terminado el platón de fruta, se sentía hambrienta.

Puso papas y garbanzos a cocer, picó cebolla y tomate. Agregó ajo y perejil. El agua hervía y ella miraba el humo alzarse sobre las ollas de su tía.

Aquella noche, cuando llegó Lydia y sus tíos, le contaron lo que había sucedido.

"Tenías mucha fiebre y pesadillas" -- le explicó su tía "Pero si te sientes mejor, mañana puedes volver al colegio"

"Seguro" pensó Sophie. Era terrible tener una laguna mental tan grande, se sentía estúpida pero al final le cayó en gracia todos los problemas que le había ocasionado a su familia por un descuido suyo. "Increible lo que hace un poco de lluvia".

Al día siguiente no fue a trabajar a la tienda, quería revisar el material que había seguramente habían visto en la escuela. Cuando abrió su mochila se encontró algo peculiar, un papel amarillo doblado por la mitad. Tenía algo escrito en letra elegante y cursiva, por lo que le costó trabajo descifrarlo la primera vez que lo leyó. Después de varios minutos, pudo dar con el extraño mensaje:

"Tan humilde como la hierbas eres,

Te doblas en mis manos y con tu vida juego;

Eres buena,princesa;"


¿Quién podía haberlo escrito? ¿Qué significaba eso?

To lay in his armsWhere stories live. Discover now