II

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Los dos emprendieron la marcha guiados por un mapa que tenía Wen, iluminados por la luz de las lunas que se filtraba entre las ramas de los árboles

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Los dos emprendieron la marcha guiados por un mapa que tenía Wen, iluminados por la luz de las lunas que se filtraba entre las ramas de los árboles. La oscuridad iba ganando terreno conforme se internaban en la foresta y los ruidos de la naturaleza los mantenían en tensión. El crujido de la madera, el roce de la hierba y las patas de los animales se mezclaban en la penumbra con el susurro del viento en las hojas y los ruidos de las kavkas, que se mantenía casi como una constante por donde sea que se movieran.

Cada vez que Ioan las oía, se notaba que un escalofrío recorría su espalda. Incluso me pareció en más de una ocasión que vi que se le erizaba la piel de los brazos.

—Esos malditos pájaros no nos dejaron en paz desde que salimos del claro. Parece como si se movieran a nuestro alrededor todo el tiempo —murmuró él después de una serie de gritos especialmente fuertes cuando ya llevaban casi una hora de recorrido.

—¿Cómo?

—Nada, es solo que estos plumíferos me ponen nervioso con sus gritos.

—¿Las kavkas? —Detuvo el caballo y se quedó en silencio, prestando atención a los sonidos—. No me había dado cuenta, parece que hay muchas.

—Demasiadas, incluso para tratarse de un bosque. —Se giró hacia la mujer que seguía observando a su alrededor—. No me dijiste cómo supiste acerca de este tesoro.

Ella detuvo su revisión para mirar al hombre que la estudiaba con las manos apoyadas en la cadera.

—Todos hablan acerca de eso, escuché historias sobre él desde que era niña. Siempre me interesó y ahora... —Él la miró esperando a que siguiera, algo que hizo después de varios momentos de silencio—. Mi familia está en apuros económicos. Mi padre se metió en muchas deudas y mi hermano está a punto de tener problemas con la Guardia Real. Ese tesoro podría ser nuestra salvación.

—¿Incluso compartiéndolo conmigo?

Wen había bajado la mirada a la tierra pero la alzó de golpe cuando oyó esas palabras y dirigió vistazos rápidos a los costados, como si intentara detectar alguna pluma o algún pico entre las ramas de los árboles.

—Creo que no estamos demasiado lejos. Por lo que vimos, debería haber otro claro un poco más adelante por este mismo camino. Podemos pasar la noche ahí y continuar mañana. Deberíamos llegar a Uaihm Dhorch hacia el mediodía.

Con un movimiento de las riendas y un chasquido le indicó a su caballo que volviera a avanzar. Ioan se demoró un poco antes de seguirla y, por lo que alcancé a ver, entrecerró los ojos en su dirección. Creo que fue en ese momento cuando empezó a pensar que había algo raro en todo el asunto, sin embargo, la siguió.

Poco más de un cuarto de hora más tarde, estaban entrando en el otro claro, uno mucho más pequeño que el anterior pero que serviría para pasar la noche. Wen desmontó y ató el caballo a uno de los árboles. Se separaron para buscar algunas ramas con las que hacer un refugio. Aunque la joven le sugirió a Ioan que dejara el paquete que todavía cargaba al hombro, él no quiso ni oír hablar de eso. Todo el trabajo lo hizo con la carga a cuestas.

Durante el tiempo que duró la construcción de una carpa sencilla, que una vez terminada cubrieron con una tela amplia que Wen guardaba en su montura, las aves, ubicadas sobre los árboles que rodeaban todo el claro, no dejaron de gritar con sonidos y volúmenes variados.

Los viajeros encendieron una pequeña fogata para compensar el descenso de temperatura que se había producido en el ambiente. Resguardados del viento por los árboles, se sentaron junto al fuego a compartir la comida que ambos habían traído consigo. Cuando Ioan abrió apenas unos centímetros su atado para sacar algo de carne seca y pan, la chica lo miró con abierta curiosidad.

—¿Qué llevas ahí que no la dejas en ningún momento?

Él se limitó a mirar a la mujer y continuar masticando sin decir nada más. Después de terminar de comer, ella volcó un poco de agua en su mano y se la llevó a su caballo. Recién entonces el hombre volvió a dirigirle la palabra.

—Dices que la historia del tesoro se cuenta desde hace años. Si es tan conocida, ¿cómo sabemos que no hubo alguien que ya se lo haya llevado?

—Créeme, si alguien lo hubiera encontrado, yo lo sabría. —Alzó la cabeza para mirarlo mientras acariciaba la crin del animal—. Me refiero a que nos hubiéramos enterado, se hubiera hablado de eso por ahí.

—Es que eso es lo que no entiendo. Si se sabe tanto acerca de estas riquezas, ¿cómo no lo han encontrado todavía?

Antes de que la joven pudiera responder, los chillidos de las aves resonaron con fuerza alrededor de ellos en una combinación de gritos, ruegos y advertencias. Una a una las alas se desplegaron y se produjo un vuelo circular colectivo por el borde de la línea de los árboles. Las miradas rojas se clavaban en los humanos junto al fuego. Relinchos y patadas sobre el suelo se mezclaron con el clamor de las kavkas, un jadeo femenino y el sonido de la respiración contenida.

Inmediatamente después, un cuerpo cubierto de plumas negras se deslizó en picada hacia ellos, para luego volver a alzar el vuelo. Más aves se sumaron y los manchones negros comenzaron a caer en picada uno tras otro, los vuelos rasantes y los alaridos rodeando la totalidad del claro. Ioan y Wen se levantaron de un salto y corrieron unos metros hasta el refugio, mientras el caballo trataba de resguardarse entre los árboles, estirando lo más posible la correa.

El hombre se dio cuenta de que su bolso había quedado junto al fuego por lo que regresó por él, seguido por los gritos de Wen que le reclamaba que no fuese loco y lo dejase donde estaba. Esquivando picos y plumas, se zambulló bajo el precario techo de tela con su carga a salvo.

Para su sorpresa, en cuanto entraron se suspendieron las caídas libres y fueron reemplazadas por los mismos vuelos circulares del comienzo. Varias kavkas descendieron y se posaron en la tierra. Todas miraban hacia las dos personas en el refugio, sus ojos clavados en ellos mientras intentaban hacerlos entender.

—¡Esas aves están endemoniadas! ¿Qué les pasa?

—No sé, Ioan. Nunca vi a ninguna comportarse así antes.

—Quizá deberíamos salir de este lugar. Desde que entré en el bosque tengo la sensación de que algo no está bien. Y ahora esto.

Los pájaros que estaban de pie sobre el suelo avanzaron dando saltos en dirección al refugio, con la vista clavada en Ioan. Quien iba al frente gritó con la cabeza doblada hacia el cielo. El hombre se inclinó hacia adelante al ver que los que iban detrás lo imitaban. Las siluetas de las lunas se reflejaban en los ojos enardecidos de las aves.

—No, no lo creo. Es probable que tenga que ver con las lunas, que se estén juntando debe estar afectando su comportamiento habitual, pero seguro no harán más que esto —aseguró Wen tras aclararse la garganta.

El cabecilla del grupo bajó la cabeza de golpe y fijo su mirada en la chica. Luego alzó el vuelo, seguido de inmediato por las demás. Los dos respiraron profundo, aliviados, cuando dejaron de tenerlas a la vista. Pero tuvieron la certeza de que no estaban muy lejos, oyeron sus graznidos el resto de la noche.


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El tesoro de Uaihm DhorchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora