Ni Wen ni Ioan pudieron dormir bien. Las aves tomaban turnos para no permitir que olvidaran que estaban ahí, rondando, vigilando. En cuanto amaneció, decidieron ponerse en marcha para llegar a Uaihm Dhorch lo antes posible.
El camino lo hicieron en un silencio casi total, apenas hablando para mirar el pequeño mapa que llevaba la joven. Incluso las aves permanecieron calladas, aunque se aseguraron de que supieran que seguían por ahí, asomando entre las ramas de los árboles o en algún recodo del sendero.
Era cerca del mediodía cuando divisaron el poblado desde la distancia. La vegetación había raleado y todo lo que quedaba frente a ellos era una pendiente cubierta de hierba. Justo donde esta terminaba y daba inicio a un valle, se distinguían los techos de las construcciones, brillando con la luz del sol. Detrás sobresalía una colina y en su cima destacaba el castillo de Uaihm Dhorch, antiguo y en ruinas, pero todavía imponiendo su presencia.
—Ahí está —susurró Wen con éxtasis en la voz.
—Se supone que tenemos que esperar a que coincidan las lunas para saber dónde debemos buscar, ¿no?
—Sí. Por eso quería que estuviéramos aquí con tiempo.
Él se acomodó el bolso al hombro y siguió a la joven, que había bajado del caballo y lo llevaba por las riendas. A medida que avanzaban por el sendero y el pueblo se encontraba cada vez más cercano, la vegetación circundante se volvía más cuidada: árboles frutales, arbustos y varias hileras de unas llamativas flores blancas. Wen cerró los ojos y aspiró su aroma, en tanto que Ioan se limitó a contemplarlas hasta que algo llamó su atención.
—Ey, Wen. Hay algo raro con estas flores...
—¿De qué estás hablando? —Ella abrió los ojos y giró la cabeza para verlo por encima de su hombro.
—Es que... me pareció notar una especie de vapor saliendo de ellas. —La mujer se dio vuelta del todo y lo miró con las cejas enarcadas—. No pongas esa cara, sé lo que vi.
—No lo discuto. —Se encogió de hombros—. Pero seguro se trató de un efecto de la luz, es todo. Vamos, sigamos.
Varios metros más adelante, las construcciones del pequeño pueblo aparecieron frente a sus ojos. El sendero pasó a tener piedras en vez de solo tierra y dirigía directo a la calle principal. A ambos lados se levantaban casas cuyas paredes estaban recubiertas de una piedra negra y brillante, que recordaba en cierta forma al plumaje de las kavkas. Los habitantes paseaban de un lado a otro. Una mujer los pasó con una cesta colgada del brazo y les dedicó una sonrisa, mientras que un señor los saludó con su sombrero. Los vecinos que iban caminando por las calles y se encontraban, se quedaban conversando en las esquinas y reían de chistes que solo ellos comprendían. Todos parecían alegres y despreocupados.
A pocas cuadras encontraron una posada que tenía dos canteros con las mismas flores que había en el ingreso al pueblo. El letrero encima de la puerta tenía en un lateral el dibujo de un ave negra. Pude ver un escalofrío recorriendo a Ioan y por un momento tuve la esperanza de que se diera cuenta de todo y saliera corriendo de ahí. Pero lo único que hizo fue respirar profundo y seguir a Wen, quien había dejado su caballo atado junto a las flores, al interior del establecimiento.
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El tesoro de Uaihm Dhorch
FantasySe dice que existe un tesoro en las cercanías del pueblo de Uaihm Dhorch. Se rumorea también que el camino que lleva hasta él aparece solo una vez al año. O al menos eso es lo que Mairwen le ha contado a Ioan. La gran duda que él tiene es por qué na...