Prólogo

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Matías DiLorenti revisaba cuidadosamente a sus preciadas muñecas. Las ubicaba en su lugar correspondiente y se preparaba para la función. La Mansión del Titiritero era un pequeño y anticuado teatro donde solo los atrevidos y valientes entraban. El lugar era absurdamente pequeño, lo que representaba una ironía por el nombre que recibía.
En pocas palabras, el local era un total asco. Pero eso no evitaba que admiradores suyos llegaran a mirar con gran asombro su espectacular show de títeres. Observó impaciente su reloj. Faltaban treinta minutos para la media noche. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Se colocó su antifaz, tomó a sus delicadas muñecas y salió al escenario.

A mitad del acto, vio como la misma melena roja entraba por la puerta. Era la trigésima vez que esa chica regresaba al teatro. Sus ojos castaños se dirigieron a Matías. El titiritero percibió la intensidad con la que ella lo observaba. “Una muñeca pelirroja no vendría mal en mi colección” Un sublime deseo que no tardaría en realizar.

Todos reían y disfrutaban como posesos de las ocurrencias del titiritero. Menos la pelirroja. Quien estaba sumida en un trance embriagador, donde no encontraba la separación entre la realidad y la fantasía. El deseo de Matías se cumpliría antes de lo esperado.

Prosiguió con sus hábiles movimientos, pero su mirada continuaba fija en la pelirroja. Hilos y más hilos se entretejían en sus brazos y piernas. Su estatura iba disminuyendo considerablemente. Sus hermosos ojos castaños iban perdiendo todo signo vital. La música delirante y los incesantes y diestros movimientos del titiritero y su aren de muñecas encubrían el trágico suceso de esa hechizante noche.

Cuando el acto finalizó, el titiritero hizo una reverencia y se escondió bajo el telón. Ovaciones llegaron de todo el diminuto lugar. Luego, todos y cada uno, se retiraron de la Mansión, complacidos, por el show presenciado, y que gustosamente regresarían a ver la siguiente noche. Todos, a excepción de la chica pelirroja.

Matías, cuando constató que nadie más estuviese en el lugar, se aproximó hacia donde había estado la muchacha pelirroja. Pero ahí ya no se encontraba la chica. En su lugar hallaba una pequeña y hermosa muñeca titiritera con hilos en sus extremidades, lista para ser manipulada. Sería una total coincidencia que se pareciera a la pelirroja. O tal vez no.

—Bienvenida a la familia del Titiritero, muñeca. Siempre quise tener a una pelirroja y por fin lo logré—dijo viéndola con extrema felicidad. A pesar de su rostro angelical, su mirada reflejaba una inmensa tristeza.
Y sin más, Matías desapareció entre las sombras. 

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