Capítulo 2: Cintas Cruzadas

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Alice observaba los rizos alborotados de la cabellera de Theo mientras éste hacia el desayuno. Aunque su mente no se encontraba ahí, si no en el sueño de la noche anterior. Imágenes aleatorias se agolpaban en su cabeza, pero no lograba formar ningún recuerdo coherente que le proporcionara alguna pista o le brindara algún tipo de información. Frustrada, se llevó las manos a la cara y gruñó.

No era de esas personas supersticiosas que creían en que estos fueran un tipo de advertencia. A pesar de eso, una corazonada le decía, que esas memorias no fueron solo un simple sueño. O de nuevo, su imaginación ya estaba fuera de límites. Tal vez necesitaba sus medicamentos; definitivamente tendría que tomarse una pastilla lo más pronto posible, iniciaba a ver cosas que no pertenecían a la realidad, como hilos finos y casi transparentes cerniéndose a su alrededor.

Theo miraba divertido todas las expresiones mañaneras que ya eran tan características de una Alice que tuvo una de sus tantas pesadillas o un dibujo a medio terminar. Colocó frente a ella un delicioso desayuno, como para morirse (cómo no lo estaría si lo hizo él mismo) y esperó a ver su reacción, ya que era su comida favorita. Pero no pasó nada y eso preocupó a Theo. No quería volver a lo que sucedió hace unos meses... Tocó suavemente su hombro desnudo y ella pareció volver en sí. Lo vio con la mirada pérdida, hasta que reaccionó.

—Sé que soy guapo, pero tu baba está arruinando mi preciado desayuno. Si no quieres, me lo puedo comer yo solito.

Solo hasta que dijo eso, Alice salió totalmente de su ensueño y agarró lo primero que tenía en su camino (un tenedor) y se lo tiró. Theo logró actuar justo a tiempo para esquivarlo. Le lanzó una mirada asesina y se abalanzó sobre ella para dar inicio a una guerra de cosquillas.

***

Después de darle su merecido al tonto de Theo, se fue con paso apresurado a la Academia "Lazos de Luna". El silencio de las calles la entristeció en cierto modo, pero a la vez le resultó algo sumamente reconfortante. Ya se había acostumbrado a las voces que la molestaban sin parar, susurrándoles cosas que a una persona en su sano juicio, le resultarían dementes.

Con el pasar de los años, se habían convertido en algo habitual para ella, con la única diferencia de que ya no les hacía caso como antaño. Posiblemente fue el medicamento recetado o la embriagante compañía de Theo; era como anestesia para la hiperactividad de su mente. No había personas más disparejas que ellos dos, y aún así, se volvieron los mejores amigos del mundo.

Tal vez eran los gustos similares, o lo que cada uno tenía que complementaba al otro. La verdad, no tenía caso que pensase en nada de ello. Él tenía novia, y no se fijaría en alguien como ella. Con miles de problemas y un oscuro pasado a sus espaldas del que nadie tenía que saber.

Con tantas cavilaciones en su cabeza, no notó el momento en el que llegó a la Academia. Una sonrisa inmediata iluminó su rostro. Desde hace tres años que estaba en ese lugar, y ella misma sentía como había evolucionado. La Academia se volvió su segundo hogar, así lo había considerado, hasta ese día. En cuanto llegó, se colocó su vestuario de práctica e inició a calentar, con una extraña sensación en sus extremidades. Como si su cerebro no fuese el encargado de dirigir los movimientos de su cuerpo.

Inquieta, no pudo concentrarse en la nueva coreografía que estaban montando. Miss Deliore, se preocupó por ella y le preguntó si todo estaba bien. Alice sudaba incontrolablemente y no podía mantener sus manos quietas, su organismo se resistía a seguir las órdenes que provenían de un extraño lugar, algo inexplicable para ella.

Temblorosa, se tuvo que retirar. Tenía miedo de que se estuviese afrontando a un ataque nervioso, pero la pregunta era ¿por qué? No le había pasado nada, es como si el bailar le hubiese traído malos recuerdos, de una experiencia que ya había vivido pero que aún no lograba recordar, por más que lo intentase seguía estando esa laguna mental y eso solo la asustaba más.

Casi a punto de echarse a llorar, se sentó en una banca y sacó una libreta de dibujos que nunca dejaba. Rebuscó en su bolso por un lápiz y se puso a dibujar de manera frenética, casi delirante. El grafito creaba trazos nerviosos en el papel, dejándose llevar por el instinto y por la imagen que su mente mostraba aleatoriamente. Con desesperación dibujaba, temiendo que así como llegó el dibujo, podría irse.

Las líneas que antes parecían incongruentes, empezaban a tomar forma y a crear un dibujo sólido. Cuanto más dibujaba, más le parecía familiar el boceto, como si le perteneciese. Una risa demente se escapó de sus labios y observó la obra ya terminada. Cuando algo hizo clic en su cabeza, y la nebulosa que antes oscurecía sus recuerdos, desapareció. La Gran Vía, tenía que ir a la Mansión del Titiritero.

— Eso es Alice, ven a mí—ese susurro se perdió entre el bullicio de la ciudad. Y la figura encapuchada que había seguido a Alice desde que salió de su apartamento, guardó sus hilos y se perdió entre las sombras.


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