Cuando los enormes ojos grises del vampiro me miraron desde el otro lado de la sala, la advertencia de mi madre apareció en mi mente como un gran cartel en luces de neón: 'Ten mucho cuidado con ellos Lana, no hay nada más peligroso que estar bajo su atenta mirada'. Asustada, tragué saliva antes de dar un paso más hacia delante, intentando ignorar el echo de que me estaba empezando a incomodar.
Por suerte (o eso pensé), el Jefe del comité de sobrenaturales era uno de los míos. Respiré aliviada en cuanto estuve ante su mesa. El hombre, grande y de aspecto serio, me interrogó en silencio, esperando a que me decidiera a hablar.
Alcé la voz para que pudiera oírme por encima del parloteo ininterrumpido del gentío que se apelotonaba detrás de mí.-Lana Foster. Vengo en representación de mi madre, Angela.
De repente, todos los presentes en la sala guardaron silencio, y yo sabía bien porqué.
-Angela no es bienvenida entre nosotros, y tú tampoco- terció el Jefe del comité sin pensarlo dos veces.
-Ustedes nos enviaron la notificación por correo- contesté yo exasperada.
Todos a mi alrededor se asombraron al oír mi respuesta. Estaba claro que lo último que esperaban aquella noche, era encontrarse con una Foster. Supongo que de haber estado en su lugar, yo tampoco lo habría esperado.
-Debe tratarse de un error. Su familia ya no pertenece a este comité, y en especial usted, señorita. Una simple mortal...No tiene nada que hacer aquí, le ruego que se marche.
Me ardieron las mejillas de pura rabia. Yo no era inmortal, como el resto de hadas de mí familia, pero si poseía sus mismos poderes. Que mi padre fuese un humano no me hacía diferente. No obstante, la comunidad sobrenatural no permitía las relaciones con mortales, por lo que mi madre y yo, no éramos más que un par de apestadas.
-Mi madre pagó por su delito durante años- me quejé, tratando de no perder la calma- Tenemos derecho a volver a estar bajo la protección del comité.
El hombre rió fuertemente.
-¿Es que además de inútil eres sorda? ¡Largo!
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Eterna
RomanceLas hadas son el manjar preferido de los vampiros, y Lana Foster los teme más que a cualquier cosa en el mundo, o así era antes de que Ezra se cruzase en su camino.