Salí del viejo edificio echando humos, si ni si quiera los de nuestra especie nos apoyaban ¿Qué podía esperar? Me resultaba terriblemente injusto que nos hubieran repudiado a las dos, a mi madre y a mí, solo porque ella se enamorase de un mortal. Yo jamás me había enamorado, pero imaginaba que esa clase de cosas no se eligen, sencillamente suceden sin más.
La calle, sumida en un silencio sepulcral, se encontraba tenuemente iluminada por la luz artificial de unas pocas farolas, que se extendían a izquierda y derecha, flanqueado una estrecha carretera peatonal en mitad de la ciudad.
Supe que alguien me estaba siguiendo en cuanto la hube atravesado.
Me detuve a la entrada de un estrecho callejón oscuro, y eché un vistazo a derredor. No estaba asustada, si algún humano pensaba hacerme daño, podría derribarlo sin problema. No estaba permitido hacerles daño a los mortales, sin embargo, en mi situación las normas ya me daban igual. Si el comité no me aceptaba, yo tampoco aceptaría sus leyes.-Está bien, sal para que te patee el culo- dije dispuesta a cumplir con mi amenaza.
No hubo respuesta, solo una ligera ráfaga de aire rozó mi rostro sutilmente.
-No tengo todo el día, que te...-súbitamente, alguien me sujetó los brazos con una fuera sobrehumana, interrumpiéndome de golpe.
Guardé silencio, ahora aterrada. Estaba claro que quien me retenía no era un ser humano.
Un hombre alto, de tez blanquecina me observaba con su rostro a escasos metros del mio.
Un perfume embriagador se coló por mis fosas nasales, y antes de que pudiese musitar una sola palabra, reconocí aquella mirada gris al tiempo que se me helaba la sangre.
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Eterna
RomantizmLas hadas son el manjar preferido de los vampiros, y Lana Foster los teme más que a cualquier cosa en el mundo, o así era antes de que Ezra se cruzase en su camino.