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Habían transcurrido casi ocho meses desde que ingresé a trabajar en el laboratorio, los días pasaban tan rápido, casi no me daba cuenta el paso del tiempo una vez ingresaba a las salas de investigación, parecía como si este edificio subterráneo fuera como mi propio hogar. Luego de tanto esfuerzo, dedicación e innumerable ensayos con el proyecto de cual formaba parte, había logrado un correcto desarrollo con el cultivo de las bacterias, aunque por supuesto, mi mayor orgullo fue el obtener el reconocimiento del director Fickenscher, como también los elogios por parte de mis superiores e incluso me asignaron mi propio asistente, Damièn, quien recientemente había egresado de la universidad, con el propósito de que me colaborara en el nuevo proyecto que se me había encargado. Se nos había solicitado buscar una solución a la inminente sobrepoblación de bacterias en medios clínicos, las cuales proliferaban en ambientes estériles cuando existía la mínima contaminación cruzada.

Me dirigí a mi casillero a dejar mis pertenencias, me estaba colocando la bata blanca, cuando pude observar desde el vidrio templado que daba visión hacia la sala principal de investigación a mi asistente. Los cabellera negra de Damièn se encontraba a centímetros de la mesa de procedimientos, se podía evidenciar la concentración que tenía mientras ejercía su labor diaria con unos tubos de ensayo, luego dejó sus anotaciones en una libreta para proceder a mezclar el contenido de un tubo de ensayo hacia otro, los agitó de manera simultánea para ver como cambiaba su color original rojizo hacia un azul violáceo. Acomodé mis lentes protectores en el puente de mi nariz, procedí a ingresar el código en el tablero junto a mi credencial. Pensé en jugarle una pequeña broma al novato, por lo que sin emitir mucho ruido, entré cuidadosamente hasta posicionarme detrás de él, no podría decir que existían lazos de confianza entre ambos, ya que lo conocía hace dos meses, pero al ser unos años menor a mí, me encantaba burlarme de su ingenuidad al hacerle bromas, tenía ese tipo de personalidad ideal. Me aseguré de esperar que continuara su labor, aunque cuando volvió a dejar los tubos de ensayo en la gradilla de metal, supe que era el momento ideal para intervenir, realizaba sus anotaciones, por lo que coloqué mis manos en el taburete metálico en el cual estaba sentado y lo moví muy fuerte hasta que él perdió el equilibrio de manera inevitable cayendo al suelo, solo fue un ligero golpe, sin embargo, se veía nervioso debido a la impresión, no se había percatado de mi presencia.

—Y-yo, yo... ¡¿Celesstine?! —Pregunta extrañado luego de darse cuenta que era yo la causante de su repentina caída. Dirigió sus manos hacia los lentes protectores que se le habían caído al suelo junto a sus propios anteojos.

Deberías decirme estimada jefa —afirmé de manera altanero mientras colocaba mis manos en mi cintura. Pude ver que tras sus ojos azules se escondía molestia, de seguro mi broma no le había parecido agradable del todo—. ¡Damièn! Sólo era una broma, tranquilo. Sabes que es mi manera de demostrar amor.

No pudo esconder el sonrojo en sus mejillas que habían provocado mis palabras, pero evadió mi mirada para restarle importancia al asunto. Giró su cabeza observando los tubos de ensayo, grave error. Me subí sobre él haciéndole cosquillas, nuestra diferencia de edad no era demasiada, por lo que se me hacía gracioso molestarlo como si fuera un pequeño bebé. Reímos por unos minutos, debía admitirlo, aquello no era para nada salubre ni mucho menos profesional, pero, ¿qué pedían? Aunque fuéramos inteligentes, formales y rigurosos, seguíamos siendo personas llenas de defectos, incluso aún poseíamos aquella infantilidad fugaz como si fuéramos unos niños jugando entre ellos, estábamos recién comenzando nuestros veintes, apenas descubríamos lo que significaba la vida de adultos.

Me levanté recobrando mi postura de superior, arreglando mi bata blanca junto a los lentes protectores que debía usar dentro del laboratorio. Extendí mi mano para que él la tomará, podía percibir que seguía un poco molesto por mi actuar, aunque no le culpo, yo fui la que comenzó con la broma y probablemente con la mayoría desde que supe que sería su superior. Sabía que no era prudente, ya que era una investigación independiente la que estaba realizando él aquel día, pero a pesar de ello, quería preguntar sobre lo que estaba llevando a cabo. La curiosidad mató al gato, pero murió sabiendo.

¿Puedo pregun...? —Iba a terminar de formular la pregunta, cuando Damièn se adelantó al responder mis dudas, probablemente recuerda lo curiosa que siempre he sido.

—Estoy trabajando en la posibilidad de generar un potencial que inhiba las infecciones por medio de agujas quirúrgicas posterior a su uso. Ya sabes, a veces quedan algunas en las salas de procedimientos en los hospitales y es típico que los mismos profesionales o aquellas personas externas más curiosas las tomen, infectándose con los residuos de sangre de otras personas intervenidas con las mismas. Si mi proyecto funciona, al ingresarlas en este líquido que he llamado sustancia CK-02, luego de utilizarlas, las enzimas atacarían las bacterias inmediatamente, eliminándolas al instante.

Me parece una idea maravillosa —sonrío colocando mis brazos sobre la mesa metálica donde él está realizando sus experimentos, lo observo mientras él deja de lado sus anotaciones para enfocar su atención en mí—. Es un recurso indispensable de tener dentro de las instalaciones hospitalarias. Yo cuando era pequeña, tendría aproximadamente unos diez años, si mal no lo recuerdo. Cuando por cerrar una aguja quirúrgica que había encontrado allí, en la consulta de mi padre, me pinché el dedo con la punta, ya que la tapa estaba cortada. Ya verás lo nerviosa que se colocó mi madre al darse cuenta que su única hija podría estar infectada con cualquier tipo de virus mortal.

Sin duda alguna, eres una persona muy traviesa, no sé cómo tus padres sobrevivieron al criarte —admite riendo divertido por la anécdota que le acabo de comentar, me uní a su risa, era demasiado contagiosa. Él tenía razón, hasta el día de hoy, continúo siendo una persona muy traviesa, suelo cometer muchas imprudencias a causa de mi curiosidad, como también de ser tan impulsiva—. Celesstine, ¿qué harás tú?

¿Qué haré de qué? —Pregunté extrañada ladeando mi cabeza, mientras me sentaba junto a él en un taburete metálico. No entendía a que se refería, ya había terminado con el trabajo que me habían pedido la semana pasada, no tenía otra actividad en mi itinerario. 

—¿No recuerdas? El señor Fickenscher dijo que debíamos postular nuestros inventos o proyectos. Además, si a él le parecía una buena idea, la financiaría para llevarla a cabo —al escuchar aquellas palabras, fue como si un cable hiciera cortocircuito en mis neuronas, al parecer necesitaba realizar más sinapsis a diario, porque era cierto, había olvidado el concurso organizado por la empresa de Holding Lake Corporation en conjunto con el laboratorio—. Lo has olvidado.

¡Claro que no! Es sólo que no sabía de lo que estabas hablando —Me defendí no muy segura si lograría convencerlo, aunque no me importaba mucho en este instante conseguir su credibilidad, aquello había pasado a segundo plano. Sólo tenía en mente una cosa, ganar. Ganaría ese concurso, era mi prioridad. Debía lograr a cualquier costo que mi proyecto, aquel en el que había pensado tanto desde la muerte de mi tía, tuviera vida. 

Lograría la eliminación de todas las enfermedades mentales del mundo.
Lo haría por ella.
No dejaría que nadie más muriera a causa de un suicidio.
No dejaría que nadie escuchara voces en su cabeza.
Fue una promesa y yo siempre cumplo lo que prometo.

Celesstine © | Libro #14 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora