Dentro de mi cabeza eras una persona y fuera de esta eras otra.
Me enamoré de tu pensamiento, de tu forma de ver las cosas, de tu forma de actuar. Por lo menos de lo que yo pensaba que eras. Cuando dentro mío hablabas de la primavera, afuera hablabas del invierno. Cuando dentro mío tus palabras me llenaban de seguridad, afuera me contagiaban tus inseguridades. Cuando dentro mío me decías que me amabas, afuera solo me recordabas todos los días que dos personas como tu y yo no podrían bailar un último baile a las 12 de la noche cuando ni el primero había sucedido.
Estaba seguro de lo que me transmitías, estaba seguro de lo que podía ver con los ojos del alma, lo que oía con los oídos del corazón y lo que sentía con el corazón en el cielo. Desde ese momento entendí que el mayor odio que pudo haber existido en la historia de lo real era entre la razón y el sentimiento. Lo real de lo ficticio. Lo que se podía sentir y lo que simplemente no existía.
Entendí que solo pude enamorarme de lo que decían de ti, no de lo que eras. De lo que vendían en un comercial para que mi corazón se sintiese estafado, pero algo sucedía. No quería salir de esta espiral de dolor y felicidad donde con solo imaginarme cosas que jamás sucederían o sucedieron, me sentía completo por un espacio del tiempo relativo.
Mientras caía en lo profundo del trabajo imaginario de mi cerebro, me di cuenta de algo, amaba más pensar en ti que estar contigo.
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Escritos.
RandomPequeños relatos que salen de la imaginación de alguien con la cabeza en las nubes.