1

10 0 0
                                    

   Todo comenzó aquel viernes a las tres y cuarto de la tarde, estuve hablando con mi amigo Gerardo, él me conto sobre un plan que tenía sobre ir a acampar, él y yo estábamos entusiasmados por ese viaje, saldríamos a un monte que se llama La gran marcha, sé que tiene es nombre debido a que hace varios años en un enfrentamiento que hubo entre dos pueblos que estuvieron en el monte, uno en la cima de esté y el otro que hizo una gran marcha de miles de kilómetros buscando un lugar donde acentantarse, que por fin dió como paradero ese lugar, en donde ambos pueblos pelearon por el territorio, y de ahí el ganador fue el pueblo nuevo, que tras una gran marcha se quedó con el lugar.
   No sabíamos quién más iría, hasta que llego José; un tipo alto, de color negro, el cual siempre había sido un buen camarada, desde que estaba en la secundaria, llegó y dijo.
   —¿Qué tal amigo? ― dijo sonriente ―. ¿Cómo estás?
   — Bien ― contesté de la misma manera ―. ¿Y tú?
   —También, he estado ocupado, ya sabes, un trabajo por aquí, otro trabajo por allá.
   ― Que bien, mira te presento a Gerardo, es un amigo que conocí hace poco.
   ― Hola ¿Qué tal? ― dijo Gerardo muy cortés.
   Ambos estrecharon sus manos y seguimos hablando sobre como habíamos estado en los últimos meses, mientras bebíamos unas cervezas y subíamos todo el equipaje a la camioneta, cuando por fin terminamos dijimos que partiríamos mañana al amanecer, precisamente a las cinco de la mañana.
   Esa noche dormí como un bebé, creo que nadie se pudo haber imaginado que sería la última vez que dormiría tan bien.
   Amanecí y eran las cuatro y media, tome un refrescante baño, que desearía haber disfrutado más, me puse la ropa más cómoda para hacer deporte que tenía, cociné un par de huevos junto con algo de tocino y los comí de una manera algo apresurada, salí en camino a la casa de Gerardo a las cuatro cincuenta y llegué a su casa a las cinco en punto, ya estaba ahí José, él estaba tocando la puerta y nadie salía.
   Toc. Toc.
   Toc, tras toc, estuvimos ahí esperando alrededor de un cuarto de hora. Hasta que al cabo de un rato salió una mujer de cabello rubio, muy voluptuosa y sonriente.
   ― Con permiso ― dijo está muy risueña.
   Paso a lado de nosotros con una bolsa llena de ropa y muy mojadaque no quiero saber qué pasó con ella, aunque ya lo imaginaba y detrás de ella salió nuestro amigo, Gerardo, apenas poniéndose una camisa blanca, muy ajustada, que sólo lo hacían ver más gordo, pues digamos que él nuca fue alguien adicto al ejercicio, pero aun así él siempre estuvo rodeado de mujeres, y nadie sabía su secreto.
   ― Tardaste mucho ― dije molesto ―. Apresúrate que ya es tarde.
   ― Claro. Tranquilo jefe — dijo en tono burlesco —. Sólo fue algo rápido.
   Terminamos saliendo de ahí a las cinco y media. El camino fue algo aburrido y soso, sólo escuchamos música, música aburrida de electro, que sólo hizo más tedioso el camino, aunque a Gerardo le encantaba.
   Llegamos al lugar, el cual era un bosque, con árboles de bajo tamaño, era un buen lugar, con un arroyo como a diez metros del área en la cual íbamos a acampar.
   Salimos de la camioneta, sacamos todo el equipaje, las casas de campaña, maletas, comida, en esencia todo lo necesario para sobrevivir a un fin de semana en la intemperie y montaron todo en el suelo, mientras que yo tomé mí machete y fui a cortar algunos troncos y ramas para usarlos como leña, nunca he sido alguien sumamente fuerte, pero sé usar un machete y eso es suficiente. Estuve ocupado casi una hora completa, hasta recogí la leña suficiente, en cuanto tuve lo necesario volví con ellos y ellos ya habían terminado de montar todo.
   ― Pensé que te habías perdido ― dijo Gerardo sonriendo y con una cerveza en mano.
   Me lanzó una cerveza, la atrapé pero se la devolví.
   — Al menos destapala — dije con una sonrisa en la boca —. No puedo beberla si me la das cerrada.
   Así lo hizo, Gerardo me destapó la cerveza y me la devolvió con un gesto amable.
   — Oye Marc — no se los había mencionado antes, pero la verdad es que Marc es mi nombre —. No te pongas borracho, sé que tú eres un peso ligero.
   — Es broma ¿Verdad?
   — No — dijo firme —. Tu eres el que menos aguanta y no quiero tener que cargarte para que apenas puedas caminar.
   Estaba dando media vuelta para debatir a la cara con él de el por qué no soy un peso ligero, que puedo aguantar más que él. Cuando en eso llegó José conmigo.
   — Viejo necesito tu ayuda, creo que he olvidado la caja de cerillos para prender el fuego.
   — Tiene que ser una broma, la tienda más cercana esta ha quince minutos en coche — dije molesto.
   — Si Viejo perdón, acomode la leña y todo lo necesario para la fogata y poner las tres latas de frijoles para el desayuno, pero — hizo una pausa —. Cuando revisé mis bolsillos me dí cuenta de que no estaban. En serio, perdón.
   Sabía que ahora tendría que ir en la camioneta a la tienda que está a quince minutos por unos, pues nadie sabía cómo prender una fogata con piedras o rocas como lo haría cualquier scout. Para nosotros si era indispensable los cerillos.
   — Esta bien, regreso en media hora, iré a la tienda por ellos — voltee hacía Gerardo y dije —. Dame las llaves, ahora vuelvo.
   Gerardo obedeció sin más. Subí a la camioneta y me fuí.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 04, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora