«Llora, Verónica, llora hasta que mueras, revive y vuelve a llorar...»
Ya casi amanecía y Verónica parecía estar escuchando voces, pero por más que intentaba recordar las palabras que escuchaba no lo lograba. Era un esfuerzo innecesario. Esas voces estaban y a la vez no, existían en un mundo distinto al de ella, en un lugar donde solo el sonido podía vivir.
Ella tenía un libro en sus manos, desde la medianoche se había dispuesto a leer; pasaron las horas y ahora solo estaba sentada ahí, en el sillón de su cuarto pensando en estupideces. «Estoy loca» se decía. No pasó mucho tiempo para que Verónica se diera cuenta que no podría dormir y con algo de decepción tuvo que dejar su lectura para meterse a la ducha, e ir a la escuela.
Verónica era una universitaria como la mayoría de los jóvenes de su edad ―o adultos jóvenes―. Ella estaba en esa delgada línea en la que uno no sabe si ya es adulto o no, y ese era un asunto al que le daba vueltas de vez en cuando, más frecuentemente cuando iba camino a la primera clase.
―Llegas temprano Verónica ―le habló su compañera Ana, quien ya estaba sentada en el salón.
―Pues sí. Ya ves.
Ella se sentó en uno de los pupitres de adelante, dejó su mochila a un lado y se puso los auriculares para no tener que entablar alguna conversación. La canción que sonaba en su móvil era una interpretación a piano de la banda sonora de una serie y, aunque el audio fuera de buena calidad, Verónica no podía apreciarla del todo bien. Había mucho ruido dentro de ella.
Ana al verla "escuchando" música decidió no interrumpirla.
El día en la escuela terminó tan rápido como empezó, en un abrir y cerrar de ojos Verónica se encontraba caminando hacia su casa. Ana la vio y decidió alcanzarla, puesto que no había podido hablar con ella en todo el día.
―¡Verónica! ¡Espera, espera!
―¿Qué pasa Ana? —Hizo una pausa—. La verdad tengo algo de prisa.
―¿Qué tienes? Has estado rara.
Verónica miró a Ana con una combinación de dulzura y nostalgia. Ella recordaba a la perfección que fueron amigas muy unidas, sin embargo, las cosas ya no eran como antes. En el pasado le hubiera contado todo pero ahora no, ahora claro que no lo haría.
―Tal vez solo estoy un poco enferma ―contestó Verónica.
―¿Segura? Oye Vero... Te extraño. Deberíamos salir a la plaza, al cine, a comer o lo que sea.
―Tal vez, tal vez. Ya veremos, ¿sí? Me iré a casa. Disculpa.
Ana se quedó ahí, parada en la banqueta mientras veía a su antigua amiga caminar.
Verónica, más adelante, soltó una lágrima. Una lágrima de debilidad.
«Verónica, ¿qué has estado haciendo? ¿Sigues ahí?»
Aunque no lo pareciera Verónica en su interior era muy dulce, amable y alegre. Pero por distintas razones había estado ocultando su verdadero ser, se disfrazaba porque no quería ser quien era. «¿Quién soy?» Era la pregunta que se hacía día y noche. «¿Para qué vivo?» Se decía otras tantas veces.
―Vives porque hay que vivir ―dijo la voz.
―No... ¿Por qué viviría sin alguna razón?
―Porque eso hacen las personas.
―¿Y si no soy una persona?
―¿Qué eres si no?
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El nacimiento de Verónica
HorrorVerónica no es la misma persona siempre. A veces cambia, creyendo que esa es la solución a su mal. Sin embargo sus decisiones solo la están matando de una forma muy cruel. Ella tendrá que descubrir la forma de salir de su propio infierno, antes de...