Levi.

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Francia.
Era una noche de lluvia, un pequeño niño de tez blanca y suave como la porcelana descansaba su cabeza sobre el regazo de su adorada madre, mientras está acariciaba los azabaches, finos y suaves cabellos de su pequeño.
Ambos estaban esperando a el hombre de la casa, quien trabajaba hasta tarde.

Pasaron las horas y la tormenta termino, pero algo tenía inquietos a el par de azabaches. Y eso era que el padre del niño aún no había llegado a casa y ya pasaban de las diez. Pero justo en ese momento se escucho el sonido de una llave entrando en la cerradura de la puerta principal de aquella casita.

El niño azabache se acomodó en el sillón, un hombre de estatura alta entró en la casa completamente ebrio, tambaleándose de un lado a otro haciendo un fallido intento por mantener el equilibrio.- ¿Estuviste bebiendo?- preguntó la mujer de cabellera negra y tez pálida, ella y su hijo eran casi idénticos. Ambos poseían una belleza casi inigualable.

El hombre no le respondió a su mujer. Simplemente dio un largo trago a la botella de vino que llevaba en la mano izquierda,– ¡me despidieron!– gritó al fin,– !moriremos de hambre! Tú, yo y ese bastardo– dijo señalando a su pequeño hijo,– no le hables así, es tu hijo–defendió la mujer a su pequeño niño,– ¡cierra la boca mujer insolente!– le gritó el hombre y se acercó peligrosamente a ella,– yo soy quien manda aquí Kuchel– dijo inclinando su rostro para que quedara frente al de su esposa, Kuchel podía sentir el aliento de alcohol de su esposo rozando su pálida piel, no dijo nada,– este bastardo, no es mi hijo ¡es un deforme! ¡Un defecto de la naturaleza! Alguien que no debió nacer– le gritó el hombre al niño, quien tenía los ojos cristalinos a causa de las lagrimas que amenazaban con salir. El hombre levanto la mano dispuesto a golpear al pequeño, pero Kuchel le sostuvo la mano, impidiendo que golpeara al niño.– ¡maldita perra!- gritó el hombre ardiendo en furia, golpeó con mucha fuerza el rostro de su mujer provocando que en el pómulo de esta, una gran herida sangrante se abriera.

La mujer estaba harta de que ese hombre abusara de ella y la golpeara cuando cuando se le venía en gana. Podía soportar que la agrediera a ella. Pero jamás dejaría que tocara a su hijo.

Kuchel junto todo su valor y tomo el brazo de su hijo. Sin pensarlo, empujó a su marido, provocando que este cayera al suelo, aprovechó el tiempo para alzar a su hijo y salir de la casa con el en brazos. Había comenzado a llover nuevamente, pero nada de eso importaba. Kuchel corría sin mirar atrás, escuchado los gritos de su marido llamarla.

Después de correr casi tres horas bajo la fría lluvia, los pies de Kuchel no dieron para más. Callo de rodillas al suelo junto a su hijo, Kuchel se desmayo. El pequeño niño se acercó a su madre y arrastró su cuerpo inmóvil a un lugar donde no se mojaran,– ¡ayuda! ¡Alguien ayúdeme por favor!– gritaba desesperado, pero era inútil, no había nadie en la calle.

Después de una hora tratando de conseguir ayuda, Levi se rindió, se recostó a un lado de su madre y la abrazó. Al poco tiempo se quedo dormido.

La luz del brillante sol apareció una vez más, Levi abrió sus ojitos poco a poco y vio que su madre también abría los suyos, una vez que Kuchel despertó por completo abrazo a su hijo,– mama, papá se enojara si no volvemos y volverá a decir me cosas feas y te golpeara otra vez– decía inocentemente el azabache.– no, el ya no te dirá cosas cosas feas ni me golpeara, por qué ya no estaremos con el nunca más– le consolaba su madre,– ¿mamá? ¿Por qué papá dice que soy un error?– preguntó el niño, provocando que el corazón de Kuchel se encogiera, lo que menos quería era que Levi sufriera debido a su condición.– Mi cielo, tú no eres un error. Al contrario. Tienes una gran bendición– decía mientras jugaba con el cabello de su hijo. Así pasaron toda la tarde, jugando y conversando. Se alejaron aún más de su antiguo hogar, durmieron en un callejón, pues no tenían ni un centavo. Pero Kuchel estaba dispuesta a sacar a su hijo adelante.
Algunas semanas pasaron, por más que buscaba, Kuchel no lograba encontrar trabajo, aveces hacia encargos de las mujeres del pueblo, pero con lo que ganaba, a duras penas le alcanzaba para alimentar a Levi, este, en lugar de ir al colegio como todos los niños de su edad, trabajaba vendiendo lindos arreglos de flores que Kuchel y el hacían en sus ratos libres. Pero ese día, una tenue luz alumbró la oscuridad de Kuchel.

Mundos distintos (EreRi) (mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora