Capítulo 15

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Vuelvo a gritar llena de rabia. Esta vez sí que me escuchan, y me sigue importando que lo hagan, pero me ha salido solo. Al igual que las lágrimas que recorren mis mejillas sin poder evitarlo. La rabia se mueve por mis venas y el miedo sale por cada poro de mi piel. ¿Por qué siento que soy yo la culpable? ¿Quiénes son las hermanas Wadlow? ¿Por qué quieren matarlas? Y, los más importante, ¿qué han hecho ellas para que quieran acabar con sus vidas?

Pero escucho que la puerta se abre y una vocecilla dulce me pide permiso para entrar. Está asustada. Sus ojos claros están llorosos y me miran. Ante ese contacto visual, me paso rápidamente la mano por la cara e intento borrar cualquier rastro de la caída anímica que acabo de sufrir. No puede verme así de mal. Pero tampoco es que guíe yo mis propios movimientos.

—¿Por qué lloras?

Sonrío ante su pregunta de una forma amarga, triste. Se le ve tan feliz ignorando la realidad que creo que así es mejor. No puede saber de la carta, las amenazas y, lo más importante, del odio que hay depositado en nosotras.

—No te preocupes, princesita —digo.

Entrecierra los ojos y escruta mi rostro minuciosamente. Puede que sea pequeña, pero no es tonta; ella nunca lo sería. Así que insiste, tras su deliberación interna, interesándose en lo que ha ocurrido.

No puedo permitir que le pase nada.

—Sigo teniendo celebro, tata.

Suelto una risita. Entiendo que todavía confunda esas palabras, porque yo tardé varios años más en aprenderla. Y le da un aire infantil, tierno y encantador, que es lo que es.

—Cerebro —la corrijo, todavía sonriendo—. Se dice cerebro. Y no es nada. Sabes que soy muy torpe y, bueno, me he dado un golpe con la cama en el dedo meñique del pie.

Le he mentido. Lo sé. Y también sé que está mal. Pero no quiero que conozca sobre la nota y sus dolorosas palabras. Ni siquiera sé quiénes son las Wadlow o, al menos, quién soy yo. Porque la castaña de ojos azules es la mujer que me dio a luz. Pero ¿qué tiene de sentido esto? ¿Qué está pasando?

—¿En el pequeñito? —pregunta de forma inocente.

Asiento con la cabeza, sonriente, y ella se acerca a la cama y me abraza. Noto que algo blando me golpea la espalda, pero no me hace daño; es una especie de muñeco de algodón, aunque no logro verlo totalmente.

La rodeo y me muerdo la lengua con la intención de no derramar una lágrima más ni sentir que se me rompe de nuevo el corazón. Entonces, me doy cuenta de por qué me duele tanto verla después de leerlo de nuevo, por qué tengo miedo a perderla. Quieren acabar con ella, con Annette, y tengo que evitarlo a toda costa. No sé cómo, ni por qué, pero tengo que hacerlo. Está aquí por mí y, la verdad, si solo hubiera salido yo, entonces habría sufrido mucho más.

De repente, se separa de mí y me sonríe, tendiéndome el osito de peluche que lleva en la mano. Pero no sé qué quiere que haga con él y qué no, porque ahora mismo solo quiero llorar o gritarle a los que me han escrito eso. ¿Acaso soy yo una Wadlow o, al menos, el cuerpo desde el que estoy viendo esto? Sí, tiene que ser eso, pero no encaja que ella esté aquí. ¿O sí?

—Estás triste. Te dejo al señor Bubú para que te animes —susurra.

Le digo que no, que no hace falta que me lo preste, pero se niega a aceptar esa respuesta. Solo me queda acceder y coger el muñeco, observándolo. Es de un color marrón tierra, con los ojos como si fueran botones, suave y con una pajarita de cuadros blanca y azul.

Las pupilas de la niña están fijas en mí, analizando cada movimiento que hago mientras tengo lo que me ha prestado entre las manos. No encuentro la razón para que lo haga y me mire así. Es como si estuviera haciendo algo mal o en lo que ella no está de acuerdo. Aunque pronto me saca de dudas.

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