5 años después.
— ¡JAMES YO TE MATO! —Abro las puertas del gran comedor cubierta de pintura verde. Pintura que cubre mi túnica y pelo además de partes de la cara que todavía no he podido quitar. No logro un completo silencio al entrar, aun así bastantes miradas caen sobre mí cuantos más pasos doy.
Sé que ha sido él. Lo sé desde el momento en el que el cubo ha aparecido en la entrada de nuestra sala común justo cuando yo salía. Además, la semana pasada literalmente envenené su comida, sabía que le tocaba vengarse a él.
A grandes zancadas, llego a la mesa de Gryffindor donde él está desayunando con tal tranquilidad que me da lo que necesito para, de no haber estado al cien por cien segura de que había sido él, ahora poder estarlo.
Coloco mis manos sobre su túnica, tirando de él hacia atrás. Para mi mala suerte, no puedo tirarle al suelo.
— ¿Mal despertar, Lena?
— ¿Mal despertar? —Repito, haciendo a un lado a una de las chicas que hoy ocupa el asiento derecho de Potter. Ella no duda en apartarse al ver mis intenciones, poca gente se quedaría o trataría de llevarme la contraria. Para mi desgracia, James se esfuerza día sí y día también en hacerlo—. Escúchame bien —murmuro con rabia, sabiendo que no me es necesario levantar el tono de voz para amenazarle. Puedo lograr un efecto mayor de esta forma—, si vuelves a atentar contra mi pelo vas a pagarlo muy caro.
— Oh, venga, si el verde es tu color.
Saco mi varita, demasiados hechizos en mi cabeza como para poder decidirme por el más dulce de ellos. Le apunto mientras que me decido por cuál es la putada que le quiero hacer. James ni siquiera se inmuta, no cree que vaya a hacerlo, no con tantos profesores cerca. No sabe cuán equivocado está.
Él me ha llenado de pintura, al menos yo voy a devolverle lo mejor que pueda el favor.
— Aguamenti —con eso un chorro de agua sale disparado desde la punta de mi barita hacia la cara de Potter, haciéndole tragar agua al haber tenido la boca abierta para rechistar. No puedo evitar reírme al ver cómo se cae al suelo, su ropa y él en sí empapados.
Pero la diversión acaba tan pronto como empieza cuando uno de los profesores me arranca la varita de la mano y nos manda a ambos al despacho de Mcgonagall. James me empuja nada más salimos del comedor.
— Es tu culpa —escupe.
— ¡Es la tuya!
— ¡Eres tú quien me ha llenado de agua!
— ¡Y tú quién me ha tirado un cubo de pintura por encima!
— ¡Tenía que devolvértela! Me envenenaste y tuve que pasar tres días comiendo una asquerosa mezcla para no morir.
— No ibas a morir, por favor, tampoco estaba tan tan envenenado.
James deja de andar por un segundo, sacando su barita y con una sonrisa socarrona sobre sus labios. Me cruzo de brazos.
— ¿Qué vas a hacer? ¿Hacerme levitar? Mira cómo tiemblo —Ruedo los ojos antes de seguir con mi camino. Como suponía, él no hace nada. Termina maldiciendo en voz alta antes de recuperar mi paso y caminar de mala gana a mi lado. Puede que sea capaz de molestarme de todas las formas posibles, pero ambos sabemos que es incapaz de lanzarme un hechizo directamente. Algo que no me cuesta usar a mi favor.
Esperamos fuera a que la directora nos haga pasar, al igual que las otras veces, cada uno ocupa su butaca de siempre y esperamos el castigo. Vemos como la mujer niega al volver a vernos aquí.
— No me dejáis ni tres días tranquila.
— Vamos Minerva —sonríe James—, sabes que en el fondo nos adoras.