Qué ganas tenia de verte.
Cada día venias a mi cafetería. "Un té verde". La primera vez, viniste distraída con la mirada en tu móvil. Al levantar la cabeza, dijiste decidida, pero con un cierto tono de cansancio en la voz. No me saludaste, simplemente lo pediste. Podía ver en tus ojos el peso que llevabas en la espalda. Se notaba que estabas agobiada. Te sonreí, creo que jamás habían brillado tanto mis ojos como esa vez. Te lo llevé a la mesa, me miraste y me sonreíste. Bajaste la mirada a la taza. Intentabas disimularlo con tu pelo, pero estabas llorando. Vi en tu móvil que no paraba de sonar, a lo que tu simplemente lo dejabas sonar mientras tenías la mirada perdida en el té.
El segundo día, venias con una sudadera la cual te llegaba hasta las rodillas. Abajo, unos pantalones ajustados. Siempre oscuros. Tenías el pelo despeinado, y en tus ojos se podía ver claramente que habías trasnochado. A pesar de eso, me parecías preciosa. Te acercaste a mí, y te sonreí. "Buenos días" me dijiste con una sonrisa forzada. "Pareces cansada, hoy invita la casa. ¿Un té verde?". Me miraste directamente a los ojos, y esta vez sonreíste de verdad: "Gracias". Te sentaste, y te lo llevé. Ésta vez, también sacaste el teléfono. Sonaba exactamente a las 5 p.m. Lo volviste a ignorar. Pero esta vez, al tomar con tus manos la taza de té, se te bajó la manga. Cortes. Te la levantaste rápido y miraste en mi dirección. Bajaste la mirada y te fuiste. Me di cuenta que te habías dejado tus guantes, así que los guardé. No paré de acariciarlos durante toda la noche, imaginándome que eras tú.
Al día siguiente, te devolví un solo guante. El otro me lo quería quedar. Te di los buenos días, y sin que dijeras nada, te llevé el té. Esta vez, te lo había preparado antes de que vinieras. Me miraste confusa, y dejaste el dinero en mi mano para luego ir a sentarte. Sonreías mientras mirabas la taza de té. Esta vez, Te volvió a llamar, pero a las 5.03 p.m. Me resultó extraño, así que tu dejaste el móvil encima de la mesa y te fuiste. Me acerqué, y me lo guardé en el bolsillo. Al cabo de una hora, volviste a buscarlo. Te acercaste a mí y me preguntaste si lo vi, a lo que yo te respondí que sí. Quise dar el primer paso, y te pedí el número de teléfono a cambio. Tú me miraste, dudaste por unos segundos y luego afirmaste con la cabeza insistentemente. Saqué un bloc de notas y lo escribiste. Te lo agradecí, esa misma tarde al llegar a casa te quise llamar. Pobre ilusa, ya tenía tu número des del primer día. Marqué tú número. Primer tono. Segundo tono. Tercer tono. "Hola?". "Soy yo, el de la cafetería". "Sí, sé quién eres. No me has dicho tu nombre". Dejé una pausa, para luego susurrar muy lentamente: "Caín". Sentí un suspiro. "Yo Amelia". Lo dijo con un tono, que esas palabras se repitieron en mi cabeza durante toda la noche. Antes de colgar, le dije: "Te espero mañana". Ella sonrió, lo pude sentir. "Hasta mañana". Pero antes de que cortara la llamada, oí de fondo a un hombre. No pude oír bien lo que dijo, pero ella le respondió: "Hoy no, por favor. Hoy no". Silencio. Me quedé con las últimas palabras.
Al día siguiente no apareció a la hora de siempre. Tardó 3 minutos. Al verla, llevaba moratones en el rostro, tapados torpemente por una base de maquillaje que apenas era de su tono. Ella estaba tan pálida. Se acercó a mí y me saludó. Miró al suelo y simplemente tomó su té y se fue a sentar. Su móvil, sonó. Esta vez, respondió. No oía la voz del teléfono, pero ella respondió: "Déjame, por favor. Estoy sufriendo". Y colgó. Rompió a llorar. En ese segundo, el tiempo se paró. Me daba igual la gente a la que tenía que atender, o la presencia de mi jefe. Salte del aparador y la abracé. Ella estaba confundida, pero no podía parar de llorar. Hundió su cabeza en mi pecho mientras temblaba. Cada vez iba a más. Yo solo le acariciaba el pelo, susurrándole que todo iba a ir bien. Levantó su cabeza, con el rostro enrojecido y sus labios hinchados. Le sequé una lágrima con el dedo. Simplemente, me susurró con una voz apenas audible "gracias" y se fue. Yo me quedé ahí, mirándola. Tenía ganas de ir detrás de ella, pero mi jefe me agarró el hombro y me dijo: "No sé quién es, pero déjala y vuelve al trabajo. Ya volverá".
Pasaron los días. Sentía su ausencia. Cada noche me iba andando hasta tu piso en la calle Spring, en Paddington. Tuve que hacer muchas llamadas para conseguir los planos de tu casa. Finalmente, me colé en tu casa por lo menos dos o tres veces por semana. Podía mirarte dormir. Cada noche sola. Excepto la quinta noche. Ese día, vino un hombre. Tú le miraste, y agachaste la cabeza. Él te agarró del pelo y te levantó la cabeza. Te susurró algo inteligible en el oído y te levantaste a duras penas. Te arrastró a la fuerza a la habitación y te empujó contra la cama. Tu simplemente cerrabas los ojos, esperando que todo terminara. Él te desnudó a la fuerza, y te hizo de todo. Cuando terminó, te escupió en el rostro y se fue. Tú te quedaste ahí, llorando. Fuiste a la ducha, y estuviste durante horas llorando. Esta noche se repite lo mismo. Cuando se va, sigo al hombre hasta Norfolk Square. Son cerca de la 1 a.m. Me acerco a él. Le apunto con un arma en la espalda y le susurro: "sigue andando". Se queda inmóvil, pero me obedece. Y camina, con su mirada busca como escapar, pero no tiene dónde ir. Así que solamente camina. Llegamos a mi casa. Le hago entrar y le obligo a sentarse, donde le doy un golpe en la cabeza con el arma, suficientemente fuerte para dejarle inconsciente durante un rato. Le arrastro con dificultad hasta llevarlo al sótano. Ahí le desnudo y le ato las extremidades a una silla. La comodidad por delante. Se despierta. Mira a su alrededor aterrado. Jamás había visto tanto horror en los ojos de alguien. Me siento en el taburete de delante. Le sonrío. "Buenos días, bella durmiente". Me mira. Intenta deshacerse de las cuerdas que le atan, pero son movimientos nulos. "Quién eres" me grita. "Qué descortés. Me llamo Caín. No me conoces, tampoco hace falta. Tienes lo que resta de tu vida para saber lo suficiente de mí. Aunque mirándolo bien, tienes poco tiempo". Escucha lo que digo mientras empieza a respirar con fuerza. "Grandullón, calma. No te haré nada. Nada que no merezcas". Con esta última frase, grita. Yo me empiezo a reír. "Toda la calle son casas en venta. Nadie vive aquí. Nadie pasa por aquí. Grita". Él se calla. Yo alargo el brazo para tomar un tenedor. Me preparo unos fideos instantáneos mientras él grita. Me los como delante de él. Alargo el tenedor en señal de que él también coma, y me muerde la mano. La aparto instantáneamente. "Chico malo. Muy malo". Sonrío. Le clavo el tenedor en la palma de la mano. Se lo saco. "¿Ves? Ahora tendré que limpiar el tenedor. Estás castigado". Lo veo morirse de dolor lentamente. Pongo la radio. Suena la canción de "Seven Nation Army" de The White Stripes. Enciendo un cigarro. Empiezo a bailar y le guiño un ojo, mientras me alejo; no sin antes soplar el humo en su rostro. Empiezo a cantar, y al girarme le veo mirándome horrorizado. "Make the sweat drip out of every pore and I'm bleeding, and I'm bleeding, and I'm bleeding right before my Lord" musito con mis labios, para cerrar la puerta con una sonrisa en mis labios.
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Psycho™
Roman pour Adolescents"Yo alargo el brazo para tomar un tenedor. Me preparo unos fideos instantáneos mientras él grita. Me lo como delante de él. Alargo el tenedor en señal de que él también coma, y me muerde la mano. La aparto instantáneamente. "Chico malo. Muy malo". S...