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Hazel Grace Lancaster murió diez meses después de Augustus Waters, durante la noche, en su habitación.
   Sus padres organizaron su funeral en el mismo cementerio donde estaba enterrado Augustus, y buscaron una tumba para su hija, lo más cerca posible de él.
   En el perfil de Hazel, unas cuantas publicaciones que nunca llegó a ver aparecieron, lamentando mucho que tuviera que partir, escritas por gente que no había visto en años, y que probablemente no recordaría si las leyera. Pero no eran ni por asomo tantas como las que había recibido Augustus Waters.

Isaac se encontraba en su habitación, pensando. Ya había pasado un mes desde que Hazel murió, pero la herida seguía sintiéndose fresca. Como si todo el tiempo fuera un círculo constante de dolor. La única amiga que tenía también se había ido.
   —¿Hijo? —preguntó su madre al entrar a su habitación.
   —Hola, mamá. ¿Qué sucede?
   —¿Cómo te sientes?
   —Mal. No veo y no tengo con quién hablar sobre Augustus, ni sobre Hazel.
   —¿Crees que una carta te anime?
   Isaac se incorporó rápidamente de su cama.
   —¿Qué?
   —La señora Lancaster vino hace unos minutos. Me dijo que estaban limpiando la habitación de Hazel cuando encontraron un sobre con tu nombre. Creo que es una carta.
   —No puede ser...
   —¿Quieres que te la lea?
   —¡Claro que sí!
   La mujer abrió el sobre y se encontró con media hoja de papel algo arrugada y doblada, que a penas contenía unas palabras.
   —Creo que no es una carta. Es muy pequeña. Quizá una nota.
   —¡Mamá!
   —Está bien. Ya voy.
   Isaac escuchó como su madre suspiraba antes de leerle aquella nota. Justo después, comenzó:
   —«Querido Isaac: algunos infinitos llegan a su fin cuando el uno punto noventa y nueve encuentra al dos. Pero siempre nos queda el resto de los números.»
   El chico sonrió.
   —Gracias, mamá.

Bajo La Misma Estrella: El FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora