LA MUDANZA

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Tenía entonces 13 años. Era el verano entre 2013-2014.

En ese entonces vivía con mis padres  en Córdoba; ellos estaban construyendo una casa cerca de Alta Gracia. Estaba preparándome para ingresar en un colegio secundario, pero estudiaba poco, sin hacer el menor esfuerzo.

En ese verano me mudé a mi nueva casa. Nadie ponía trabas a mi libertad, hacia lo que se me venía en gana.

Mi padre me trataba con una mezcla de indiferencia y cariño. Mi madre apenas me hacía caso, a pesar de ser su único hijo, pues otras preocupaciones acaparaban su atención.

Mi padre joven y bien parecido se había casado con mi madre por interés. Ella era 10 años mayor que él. Mi madre llevaba una vida triste. Siempre nerviosa y comida por los celos. Se ponía de mal humor pero nunca en presencia de mi padre al que temía. El en cambio era seco y frío, con ella y la mantenía a distancia...
No he visto jamás a un hombre de una tranquilidad tan digna, tan seguro de si, tan dominante.

Nunca olvidaré las primeras semanas en mi nueva casa. Hacía un tiempo esplendido.

Nos instalamos el 12 de octubre. Aveces iba a pasear a los alrededores de la casa. Me llevaba algún libro, pero raramente lo abría. Y más que leer, resultaba en vos alta. La sangre me hervía, y el corazón se me encogía, ridícula y dulcemente.

Esperaba y temía algo. Todo me sorprendía y estaba como a la expectativa. Mi imaginación volaba y revoloteaba sobre las misma ideas, como los pájaros torno a un campanario. Me quedaba meditando, me entristecía y hasta lloraba. Pero detrás de las lágrimas y la tristeza, provocadas por un dulce verso o un bello atardecer, brotaba como la hierba de primavera una sensación de felicidad que produce una vida joven en plena ebullición.

Tres semanas después del 12 de octubre las contraventanas, que permanecían cerradas de la antigua casa de al lado, se abrieron y allí aparecieron unos rostros femeninos. Una nueva familia acababa de instalarse. Recuerdo que ese mismo día a la hora de comer mi madre pregunto a mi padre quienes eran nuestros vecinos.

-Los vecinos son la princesa Máxima Zasequin y su hija- contesto fríamente

-Han llegado en tres taxis no tiene auto propio. Y he estado viendo sus muebles son de los mas baratos

Mi padre la miro fríamente, y ella se calló. Desde luego era imposible que la princesa Zasequin fuera una mujer rica. La casa que había comprado era tan vieja, diminuta y baja de tacho, que alguien medianamente acomodado, accedería a habitarla. Pero creí que entonces no le preste mucha atención. Y el título principesco no me impresionaba gran cosa.

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