Tenía tres años, mis padres, Érica y Lucas, parecían ser una feliz pareja; ambos eran jóvenes, atractivos, exitosos, amables, carismáticos, parecían tenerlo todo. En tanto parecíamos tener una vida perfecta, mi papá tenía una librería, siempre había línea para comprar, y se estaba expandiendo a otros países. Cuando un compañero lo estafó, no supo cómo llevar las finanzas, y comenzó a endeudarse, cada vez más, conseguía un cheque, y para pagarlo; otro, hasta que ya no tuvo manera de pagarlos. El problema fue con quiénes era la deuda; nada más que prestamistas. En ese entonces, teníamos un negocio en Chile, y otro en Mendoza, Argentina. Viajábamos muy seguido, cruzábamos la frontera al menos dos veces por mes, lo que hacía que no hubiésemos notado lo que ocurría.
Fue un día cuando llegábamos a casa, la puerta había sido forzada, los vidrios estaban rotos, los cajones revueltos, y las cajas de seguridad vacías. Era tan impactante ver cómo se había ido todo, hasta nuestra seguridad entre nuestros dedos, como arena. Desde ese entonces, las cosas comenzaron a ser más difíciles, los gastos disminuyeron, las noches se volvieron más largas, los suspiros más profundos, la respiración más agitada, y el hogar más inestable. Así fue como Lucas nos dejó, por miedo, por buscar una salida desesperada; ya no había una familia unida, Clarissa se convertiría en una niña sin padre, y Érica en una mujer sin marido.
Meses después, mi mamá y yo viajamos a los Estados Unidos, para no desarmar nuestras vidas, nuestra familia.
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Mi mejor amigo no resuelto
Teen FictionMe sentía incomprendida y vacía, quería poder acurrucarme en los brazos de alguien esperando ser bien recibida, compartir mi historia y encontrar un amigo que me igualara en ese aspecto. Ningún chico de padres separados me entendería, pues a ninguno...