Capítulo 1.

108 4 0
                                    

- Ayer fue el último día que tuvimos clase con la profesora Higgings. Está embarazada, por lo tanto no puede venir más a clase ya que necesita reposo. Es una lástima. Era una de mis profes favoritas. - me explico Reni. Yo falté desde el Martes porque estaba enferma. - Oh, olvídalo. Ya tengo un nuevo profe favorito. - dijo mirando hacia la puerta. Apoyado en el marco de ésta había un hombre de aproximadamente 30 con un saco azul, camisa blanca lisa, jeans algo ajustados y zapatos. Alto, pelo castaño y muy lindo. Traía unos libros en la mano. Entró al salón y nos saludo.

- Buen día clase. Soy el profesor Lester. Seré su profesor hasta que la señora Higgings vuelva. No se cómo se comportaban con ella pero conmigo harán caso a todo lo que digo. No quiero que nadie hable a menos que yo le dé la palabra. Nadie puede comer ni beber. Para eso tienen el recreo. Si no hacen la tarea les pondré una cruz. Aquí se terminan los jueguitos. ¿Entendido? - dijo con una voz grave y profunda. Todos respondieron. Nos hizo escribir un poema sobre cómo nos sentíamos. Cuando terminamos lo teníamos que leer en voz alta, enfrente de toda la clase. No soy tímida pero por alguna razón me intimidaba mucho el nuevo profesor. No quería que escuchara lo que había escrito.

Quedaba poco para que terminara la clase y se estaba acercando mi turno. Reni terminó de leer y aplaudieron. Cuando estaba a punto de comenzar a leer sonó la campana. Suspiré.

- Muy bien, todos entreguen sus poemas. Una vez hecho pueden irse.

Todos se apresuraron a entregar y salir rápido. Yo fui la última en guardar mis cosas. Dejé el poema en el banco. Me colgué la mochila y agarré el papel. Me acerqué al escritorio del profesor y no se dio cuenta que estaba parada ahí. Aclaré mi garganta. Subió la cabeza.

- Lo siento. No me di cuenta que estabas aquí. ¿Es tu poema? - me preguntó mirándome fijo.

- Em este... S-si. - tartamudeé.

- No me tengas miedo. No muerdo.- se rió. Cuando fue a agarrar el poema, su mano rozó la mía. Un escalofrío subió por mi cuerpo. Su cara cambió rápidamente. - Bien, puedes irte.

- Si. Adiós.

Salí casi corriendo del aula. Por dios nadie me había intimidado tanto.

El profesor de literaturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora