1. La maldición.

60 1 0
                                    

  —Seguramente murió, era más delgado que una aguja. No vale la pena buscar su cuerpo así que larguémonos Walter.— Expulsando un suspiro de resignación. 

— Concuerdo contigo camarada, sólo busquemos un jóven parecido y ese entreguemos al jefe.— Insistió Walter mientras se empezaban a desintegrar sus cuerpos, transformándose en una bandada de murciélagos que alzaron su vuelo en dirección a las montañas. 

    Samuel había caído en lo profundo del río, este no tenía la suficiente profundidad para evitar que Sam golpeara su cabeza con una roca al tocar fondo, una cortada se había hecho por su costado izquierdo de su cabeza aún cuando el nivel del agua era más alto de lo acostumbrado por la constante lluvia, dicho impacto lo dejó inconsciente por unos minutos. La corriente arrastraba a Samuel muy lejos del puente, llenando sus pulmones de agua y sangrando de forma poco abundante. Un árbol de cedro estaba caído en la orilla del río, otra oportunidad le había regalado el destino a Samuel, el chico universitario chocó contra las ramas del árbol y logró engancharse a una de ellas, poco tiempo después recobró la memoria. Samuel pensó que estaba despertando de un sueño profundo pero un pinchazo más fuerte que una hakeka le hizo recordar su desgracia. El dolor de perder a sus padres aún seguía intacto como si un cuchillo había sido incrustado en lo profundo de su alma.

    Luego de recobrar completamente su conciencia Sam inmediatamente empezó a salir del río con ayuda del árbol que tenía muchas ramas de las cuales apoyarse, el clima le estaba provocando un poco de frío, ya que sólo tenía una camisa manga larga y sus jeans favoritos, que le daban seguridad al momento de exponer algún trabajo en la universidad o de vez en cuando hablar con una que otra chica.

  — Rayos, ¿Dónde estoy?— Samuel desorientado volteaba su cabeza a todos lados buscando el puente, pero al parecer estaba muy lejos. Una idea ilumino su cabeza, caminar contra la corriente encontraría el puente. Pero no era una opción muy favorable ya que podía toparse de nuevo con los asesinos de sus padres. Samuel comenzó a caminar dentro del bosque por unas cuantas horas con el propósito de alejarse lo más posible y con suerte encontrar ayuda, la luna lo favorecía por que iluminaba todo el bosque, al menos lo suficiente para no tropezar.

    La insistente lluvia cesó pero la temperatura de Samuel caía drástica mente, su ropa estaba empapada de agua, el frío se calaba hasta sus huesos. 

  — Es cierto...— Susurró Samuel con una leve sonrisa se detuvo, se toco sus bolsillos,  tenía su billetera a su lado izquierdo del pantalón  y del otro lado tenía una navaja muy especial.  Sacó la navaja, a los extremos tenía dos botones de metal de forma circular, los presionó al mismo tiempo y la navaja se abrió a la mitad sacando un encendedor cilíndrico, guardo su navaja. El mecanismo lo había inventado el mismo. 

— ¡Enciende!— Gritaba Samuel mientras intentaba producir la chispa. El encendedor tenía un sistema piezoeléctrico. Luego de varios esfuerzos y repitiendo la misma palabra con intensidad, el encendedor logró hacer ignición y provocar la diminuta llama que era capaz de producir. Era más que suficiente para calentar sus congelados y temblorosos dedos además de darle un impulso anímico de seguir viviendo. Decidió sentarse en una roca y tomar un descanso. El sueño lo atrapó.

    Samuel yacía en un profundo sueño cuando escucho un ruido cerca de donde estaba. Sus 5 sentidos se alteraron. Dio un brinco para observar el panorama e identificar la causa del sonido el cuál hurtó su cálido descanso. 

  — ¿Quién anda allí? — Gritó Samuel con voz potente.

El silencio era el lenguaje del bosque. Samuel empezó a sentir miedo en sus entrañas, presentía una esencia acechándolo, sabía que no era el único en el lugar. Sacó de nuevo su encendedor y lo encendió para lograr observar mejor. Lo que estaba por ver no era algo que le agradaría. Unos ojos azules penetrantes que se mezclaban entre las ramas de los árboles, pero era imposible no verlos, hicieron que Samuel retrocediera unos cuantos pasos, el terror estaba apunto de hacer colapsar al jóven universitario, la boca le temblaba, las piernas no le respondían quería correr pero no podía, su respiración se aceleraba al ritmo de su corazón. Pensó que eran los asesinos de sus padres, consumido por el odio sacó su navaja y la desenfundo. 

Colmillos de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora