( )

3 0 0
                                    

—Si supiera todo en la vida, no estaría aquí. Pero tampoco estaría aquí si no fuera porque cada vez que me tocas, trazas en mí líneas tan fuertes que borras toda marca de tiempo que tenga. Podría tener ochenta años y ninguna arruga se notaría en mí, porque lo único que podría marcar mi cuerpo son tus caricias. Y los tatuajes; ni esos tendrían importancia. La única manera de que perduren es que los recorras con tus manos y los dibujes tú mismo. 

Queriendo probar mi punto, sus manos fueron viajando por mis brazos, como si quisiera limpiarme de cualquier cosa que alguna vez me hubiera tocado. Cada rastro de tinta marcada en mi piel se fundía hasta desaparecer. Y con su dedo índice me dibujó, de a poco. Sus toques eran marcas de fuego, intensas. 

Si se retiraba ¿me dejaría cicatrices?

—Si pudieras hablar como lo hago yo... ¿qué dirías?

Me miró, angustiado. Sus labios sobre mi cuello, queriendo depositar en mi garganta el remolino de palabras que tenía en su corazón. Sentía sus brazos fuertes abrazando cada espacio existente e inexistente. Fuerte y suave. Desesperado, pero suave. 

Impotente, pero suave. Porque él era así. Suave.

—Imagina lo superficial de las palabras si es que podemos vivir sin ellas. Tomanos como ejemplo a nosotros dos. Yo, un escritor que necesita racionalizar y decir todo. Estoy tan ansioso y adicto a las palabras todo el tiempo... 

»Y tú. No puedes hablar. No importó, a decir verdad. Nunca me ha parecido de la más mínima importancia. Es todo tan fuerte, tan intenso, tan claro, que la verdad, las palabras parecen algo tonto. Me siento un tonto contigo...

»Aquí el verdadero mudo soy yo. Tú puedes decir todo sin decir nada y... Yo nunca puedo alcanzar a mostrar todo lo que siento por tí. Confundo todo queriendo racionalizarlo. Porque no puedo. Me resulta imposible.

Ternura en su mirada. Me tomó de la mano y me llevó hasta sus piernas, donde me senté. Miré sus labios, finos. No estaban hechos para besar, pero, sin embargo... Ay Dios. Sus labios eran el motivo por el cual los mios cosquilleaban.

Tanto tiempo, queriendo ser perfecto para él, cuando en realidad éramos un perfecto rompecabezas. Yo, más bien rellenito, con muslos grandes, y él, tan delgadito que se rompía. Yo, tan extrovertido y él, tan tímido que hasta se sonrojaba de vez en cuando. Yo, tan malditamente caliente y él, reacio al contacto. Yo, tan insportablemente dramático y él; simple y claro.

Pero si alguien hubiera dicho que no debíamos estar juntos, lo hubiera odiado.


 

Textos Varios IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora