EL PRINCIPIO (o pellízcame por si estoy soñando)

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   Mamá colgó furiosa el teléfono.

   —¿Cómo se supone que es el color pistacho con toques de kiwi maduro? —desde el pie de las escaleras llamó a mi padre—: ¡Felipe!

   —¿Qué ocurre? —preguntó extrañado, pues no era normal que mamá se enfadara con nadie del trabajo.

   —¿Que qué ocurre? —le repitió mi madre—. Tu cliente del Restaurante Natural dice que no le gusta nada el resultado de la campaña publicitaria, que el logotipo es pistacho con toque de pino y él quiere que sea pistacho con toques de kiwi maduro. He quedado con él en el restaurante; llevaremos el portátil, las cartas de colores y que se decida de una vez o seré yo quien le atragante con un kiwi.

   —Pero Ángela, ¿y los niños? —preguntó mi padre.  

   —Llamaré a María para que venga a echarles un ojo —dijo decidida mi madre.

   —Nena, ¿no te acuerdas? María está de vacaciones en Mallorca, ¿por qué no llamas a Merche    —sugirió papá.

   —Hoy no está —comentó mamá preocupada—, me dijo que iba a casa de su hermana a pasar el fin de semana. ¿Llamo al señor Gómez y quedamos para otro día?

   —Tú misma –contestó papá—–, pero ya sabes lo especial que es, puede considerarlo como una falta de formalidad y anular toda la campaña, y sería una pena con todo lo que has trabajado.

Mamá se quedó pensando un momento y al final dijo:

   —Tendrá que quedarse Natalia con los niños, sólo serán unas tres horas y ya va siendo hora de que se le den responsabilidades.

Natalia, que había estado escuchando la conversación gritó:

   —Ni lo soñéis, no pienso hacerme cargo de esos monstruos, he quedado con Laura y Jessica, vamos al centro comercial y al cine, así que no contéis conmigo.

   —Jovencita —dijo mi madre con ese tono de “ni te atrevas a llevarme la contraria”—, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando. Esto es una emergencia y te estamos dando la oportunidad de que nos demuestres que podemos confiar en tí.

   —¿Oportunidad? —preguntó Natalia—. Oportunidad es haber conseguido que Alex se fije lo suficiente en mí como para invitarme a ir al cine y...

   No pudo continuar hablando. Papá giró en redondo y gritó:

   —¿Cómo? Es decir que nos has mentido, ibas a ir al cine con un chico y no con tus amigas. Hasta aquí hemos llegado... dame tu teléfono.

   —Papá por favor, el teléfono no —decía sollozando Natalia.

   Pero mi padre no escuchaba, cogió el móvil y buscó en la agenda hasta que encontró el número de Alex. Marcó y cuando contestaron dijo:

   —Hola, Alex, soy el padre de Natalia. Te llamo para avisarte de que Natalia llegará tarde a vuestra cita, para ser exactos, dos años tarde.

   Sin añadir una palabra más, colgó. Natalia comenzó a llorar diciendo que la había avergonzado, que jamás lo superaría, que algún día le tendría que pagar un psiquiatra a quien contarle lo que acababa de hacer y no sé cuantas tonterías más. Pero mi padre ni se inmutó, le confiscó el móvil, desconectó internet, le prohibió que entrara en su despacho y le advirtió:

   —Llamaremos al teléfono fijo para ver cómo van las cosas y más vale que no esté comunicando.

   Con un “portaos bien” se marcharon a descubrir el color pistacho con toques de kiwi maduro.

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora