Capítulo 1

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En casa somos tres nada más y es más que suficiente. Ninguno sobra; no asesino mentalmente a mis padres por más que muchas veces me obsequien en bandeja las razones para hacerlo. Estamos bien así. Y ellos agradecieron que no fuera de esos infantes que insisten a sus padres por un hermanito o hermanita. No voy a mentir, siempre fui fanática de ser el centro de atención. De que los cumpleaños se centren en mí, al igual que las festividades. Y aunque tengo primos, sé que mi abuela me prefiere a mí (la que tengo más cerca, los paternos no los veo hace aproximadamente diez años).

El desayuno es la apertura del día y es siempre en silencio, pero cargado de comida. Ninguno de los Jenkins somos, exactamente fanáticos de la cháchara tan temprano por la mañana, porque tampoco poseemos el mejor carácter para afrontarlo. Eso hasta que me senté en el sillón de mamá a calzarme.

—Esas botas. —Señaló papá— ¿Qué dijimos?

—Son simples botas negras, con cordones negros y su suela negra también. —Mentí.

—Acabo de ver un arcoíris en tu planta, Natalie.

—Ok. Le agregué la bandera al cordón y te molestaste por la llamada de atención del director. La quité y teñí la base de colores para que nadie pudiera decirme nada, ¡e igualmente te fijas en ello!

—No quiero más problemas contigo. Estás en tu último año y todo puede influir para la universidad.

Mientras no me miraba, repetía todo lo que decía con gestos burlescos que hacía reír a mamá, contra su voluntad, "desde luego".

—Pienso que sería más sencillo si vinieras conmigo a explicarle al director Collins que no soy ninguna bandida por lucir estos colores y que simplemente apoyo la lucha de muchos amigos que como minoría que son, no reciben el reconocimiento, respeto ni derechos que merecen. Pero claro, sigamos discutiendo sobre si Natalie lleva o no, las botas a clase. —Vociferé con notoria molestia, para un padre que sólo me observaba enmudecido.

—Mejor lo siguen más tarde, se nos hace tarde. Andando. —Intervino mamá.

Tomé mi morral y a pesar de que me había molestado, saludé a mi viejo con un beso en su mejilla antes de salir.

A bordo del Volkswagen Golf (GTI modelo 2000, para curiosos detallistas), recorrimos una porción de Palo Alto rumbo al colegio. Ella en el camino, trató de convencerme.

—No seas muy dura con él. Hay cosas que no entiende y no porque no quiera. Tenemos otra educación, vivimos una época diferente.

—Mamá —la interrumpí por necesidad—, en su "época" —solté utilizando mis dedos para dar mayor énfasis a la frase—, también había gays y lesbianas. Me imagino que también existían los bisexuales, las personas trans y podría estar un largo tiempo nombrando a toda una comunidad. Una comunidad indefensa.

—¿Por qué sientes que es tu deber hacer algo? —Inquirió, en pleno semáforo en rojo— ¿Acaso tú eres...?

—¡No! —Exclamé molesta— Pero no necesito serlo para apoyarlo. Papá es hombre y ha marchado conmigo en marzo, ¿o no?

Y con eso bastó para que allí quedara el asunto.

La secundaria Henry M. Gunn era una de las principales dentro de la ciudad. Foco de atención por su equipo de fútbol americano, que más de un título le habían otorgado a la institución. Para salvación de mi poco orgullo restante, mamá me dejó a unos metros de la entrada, para disimular una caminata y sorprender a mi mejor amiga, que como de costumbre, estaba más inmersa en su iPhone.

—Yo sigo esperando que actualices tu relación de "con Mark Whilmer" a "mi celular".

—Me acaba de cortar. —Dijo en un hilo de voz.

Fall (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora