No puedo.
Te quiero.
Me duele cada vez que no miras. Que miras al frente pero no a tu lado. Que no me miras a mí, que no ves que estoy ahí para ti.
Sí, yo. No he podido olvidarte.
Lo siento. Siento joderte la existencia con mis palabras. Sé que tú no me necesitas y lo último que quieres son recuerdos en vida de un pasado pisado. Siento no poder desaparecer. Es lo que quisiera. Pero ojalá me lo llevara todo conmigo.
Infinitas veces he intentado vanamente convencerme, que no te echaba de menos, que no me hacías falta. Que podía querer a otro como te quise y quiero a ti. Pero no, difícilmente podré borrar tus huellas de mi piel, pues se quedaron tan fijas como las heridas que mas tarde provocaron.
Heridas que hoy en día, en este mismo instante, están abiertas y sangrantes y de necesitadas que están de cura, pero sólo quieren la tuya.
Te odio en verdad. Te odio de la forma en la que quisiera quererte y te quiero de la forma en la que quisiera odiarte. Pues en mi interior, ahora, en este mismo instante, sólo hay odio, un odio castigado.
Odio tanto al amor. Casi tanto como la necesidad que tengo de abrazarte y no soltarte. Necesito tu risa, tu olor, tus manos en mis manos, la mirada fija, tu forma de expresar cariño y de hacerme reír, de estar conmigo en lo bueno y en lo malo.
Como antes.
Cuando las luces de la calle se difuminaban en mi vista y sólo veía fijamente tus bonitos ojos.
No como ahora.
Cuando queda un hueco que llenar, y muchos lo intentan y ninguno lo consigue.
Ahora sólo me quedan lágrimas que derramar. Y todas cuentan historias sobre un tú y yo.
Estoy cansada de llorar y sólo llevo un día haciéndolo. No sirvo para esto.
Quiero a ti aquí para mí, y a mí aquí para ti. Ojalá.
