-Los hombres siempre han de volver-le dijo la tía Artemisa- Los hombres saben con quien sí, con quien no y con quien nunca. ¿Qué te hace pensar que ese insignificante hombre no va a volver a ti?
-Que no tiene nada de insignificante-murmuró Agustina cargada de reticencia.
Artemisa cuestionó a Azucena con la mirada. Como no tenia la respuesta en palabras, sus ojos la delatarían. Desvió la mirada y guardó silencio por el bien de su orgullo.
Se desconoce que fue lo que abrió los ojos de este hombre. A lo mejor pudo ser la indiferencia o ese afán de tenerlo colgado de un hilo con un hoy sí, mañana no, pasado quizá, después quién sabe.
Transcurrían el tiempo lastimosamente. Azucena advirtió que este tipo ya iba atrasado para aparecer en su puerta. Se enteró entonces que él estaba haciendo justo lo que Azucena le pidió: amar a otra mujer que no fuera ella.
No se preocupó. Él volvería. Duraría nada se idilio torpe.
Esta vez, el destinó se burló en su cara y no se la trajo de vuelta. ¿Acaso la había borrado de su mente así nada más? Las dudas invadieron la cabeza de Azucena. Las inseguridades y los vacíos se hacían cada vez más grandes. ¿En qué pensaba cuando le pidió que se largara a amar a otra mujer que no tenga sus ojos? ¿Cómo se atrevió? ¿Y si nunca la amó y todo fue un capricho del que pudo liberarse para levantar la cabeza y darse cuenta que hay otra vida y en esa vida existen mujeres que escurrieran de ganas de ser amadas? Así empezó a perder el tiempo como lo pudiera recuperar, haciéndose miles de preguntas destructivas. Obsesionándose con el momento de encontrárselo casualmente y así comprobar si de verdad la había olvidado. Unas veces lo imaginaba a él solo y otras acompañado de la que ahora ocupa SU lugar. Porque es SU lugar. Que ese tipo traicionero quiera llenar el vació que Azucena le dejo no era problema de ella. Le desgarraba el corazón tener que lidiar con todo junto.
-¿Cómo te atreves a pedirle a alguien que se quede cuando tú te estas yendo?-le dijo Agustina.
Azucena se encontraba cerca de la ventana, mirando sin mirar.
-Ustedes creen que ser duras de corazón no trae consecuencias. Están equivocadas. Se viene al mundo para sentir. Ríe, llora, vive tú vida y gózala toda, como dice la canción.
-Me gusta más la canción que canta mi tía Adelaida.
-¿Cuál?
-Paloma Negra.
-¡Ay hija mía!-suspiró Agustina-ya no sufras mi niña, los amores perdidos le chingan la vida a uno. Olvídate de ellos. Lo que no es, no es ni será.
Azucena fingía no estar atenta a las palabras de su abuela. Mas que nada porque le crispaban los huesos.
-Lo perdiste, Azucena. Nadie se va de esta vida sin haber perdido lo que más se ama-agregó. Se acercó a su nieta y le puso la mano sobre el hombro. Azucena estuvo a punto de romper a llorar en los brazos de su abuela. Admitir en voz alta que le dolía la ausencia de ese hombre. Le dolía bien cabrón. Fue una cobarde por no haberle entregado ese amor que guardaba para una ocasión ideal.
Pero no fue así.
-Tú no perdiste a nadie. Las mujeres sólo perdemos objetos como las zapatillas favoritas, el labial, un lindo vestido o hasta los calzones. Pero nunca, nunca-enfatizó-andamos con los mocos de fuera diciendo que perdimos a un ser tan inservible como esos.
Artemisa salvó a Azucena del vergonzoso momento de hablar de las emociones.
-Lo único que van a venir perdiendo ustedes, es el alma-les advirtió Agustina-si es que no la perdieron ya.-giró los talones y comenzó a alejarse, pero a medio camino se detuvo-Y cuidadito con que pierdan el alma. Esa no se recupera ni rezando por ustedes-añadió.
-Uno ya es desalmado nomás porque prefiere quererse a sí mismo antes que a algún hijo de la chingada.
Conforme el tiempo pasaba, era menos lo que sabía de él.
Se rehusaba a creer que era real, que lo había perdido. Y lo peor, que la olvidó como si Azucena no le hubiese jodido la vida lo suficiente para no olvidarla así de fácil...
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Paloma Negra
RomanceEl amor no sirve de nada si te lo guardas. Pero para ellas, es hermoso por el simple hecho de no demostrarlos. "Cuando las personas no se expresan, mueren poco a poco" -Laurie Halse Anderson