Amor de juventud

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     Al otro día se levanta decidida a enfrentar a Michael, incluso si para eso fuese necesario ir a la casa en donde debe estar viviendo con su nueva familia.

     Por instinto, decide volver al restaurante en donde los vio el día anterior y tal como lo sospechaba, no hay rastro de ellos.

     Luego de preguntarle al dueño si sabe algún dato de un cliente de mediana estatura, ojos color café, barba larga y cabello negro que estuvo hablando con un sujeto alto, de unos veinte años de edad con ojos azules cerca de las seis de la tarde del día anterior; él le responde que era la primera vez que los veía entrar y que solo tenía certeza de que uno se llama Michael, pero del otro no sabe absolutamente nada. Al salir del local, toma el transporte público de vuelta para su hogar y, como todavía no han salido sus chavales de clase, se acomoda en su sillón y se mantiene un rato pensando en el nombre de algún amigo que tengan en común y que obviamente esté dispuesto a darle el paradero de él. Se le viene a la mente el nombre de una amiga que era colega de la secretaria con la que antaño la había engañado. Segundos después que la llama, para suerte de ella, la chica sabe dónde han estado viviendo por última vez –sin embargo, se niega a traicionar a su amiga de esa forma-, así que se resigna y revisa los amigos que tenía su amor de juventud en Facebook. Ahí empieza a seleccionar a los que conoce y posteriormente va llamando a todos los de la lista, hasta que llega al número de Robin -el chico que había utilizado para sacarle celos cuando corría el rumor de que estaba teniendo algo con su secretaria-, así que ni siquiera intenta con él, pues es muy probable que incluso se ría de ella por pedirle ese favor. Como casi nadie sabe dónde están y los pocos que lo saben se niegan a decirle por lealtad a él, decidie llamarlo directamente. Al tercer pitido le contesta un poco dudoso, luego de una larga charla sin mucho sentido para ninguno de los dos, acuerdan que se juntarán a hablar en un parque que está paralelo a la oficina que arrienda Geraldine. Al otro día en la mañana ella llega puntualmente a las ocho y él se queda dando unas vueltas por la cuadra, meditando si debe entrar y dar la cara, o dejarla plantada y dejar todo como está.

     Una hora después, Michael entra, pero Gerald ya no está; así que vuelve a su casa maldiciéndose por haber sido tan cobarde, y de paso haberla ilusionado con que platicarían después de tantos años, aun dejando solos a sus hijos por él.


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